TW
3

Hay países en los que el empresario crea una hucha en la que va vertiendo dinero a medida que su empleado cumple años a su servicio. Al final de la vida laboral del obrero, se abre la hucha y se le entrega un dineral, alrededor de medio millón de euros. Con ese capital, el recién jubilado tendrá que administrarse para vivir su vejez sin estrecheces. ¿Se imaginan algo así en España? ¡Es inconcebible!

Aquí esa labor de hormiga previsora la lleva a cabo el Estado y la retribución de los pensionistas, también, convenientemente dosificada mes a mes. A los trabajadores ese medio millón de euros que nos corresponde –es nuestro– se nos oculta de la vista a través de las cotizaciones empresariales y, como nunca lo vemos, nos parece que no existe. Pero sí, ahí está, gestionado por el Estado. Ahora que somos tantos y hemos cotizado tanto, el Gobierno se ve forzado a implementar cambios en el sistema.

Los empleadores tendrán que aportar más y los salarios más elevados, también. Es la versión contemporánea de la filosofía del buen ladrón, el Robin Hood que roba a los ricos para repartir entre los pobres. Hace poco el jefe de la patronal se subió el sueldo a 400.000 euros anuales. Una cifra que la mayoría de nosotros solo acumulará a lo largo de cuarenta años de vida laboral. Él la obtiene en un añito. Ayer supimos que los miembros de los consejos de administración de las empresas del Ibex se embolsan quince veces la cuantía de los empleados. No son todos los patrones, por supuesto, los hay que también pasan dificultades.

Pero en general el empresario es quien se construye un chalet y conduce un coche de alta gama, mucho más que sus obreros. Ahora tendrán que apoquinar si queremos que el engranaje siga funcionando. Aunque les duela.