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La primera discoteca a la que fui en mi vida fue Tito’s. Fue en 1986. Yo tenía entonces 23 años. La última discoteca a la que –hasta ahora– he ido en mi vida fue también Tito’s. Fue en 2019. Siendo, como soy, una persona de poco salir, de poco socializar y de poco casi todo, el inesperado cierre de Tito’s tuvo un especial valor sentimental para mí, sobre todo porque allí tuve mi único momento de gloria –hasta ahora– de mi vida. Fue el 2 de marzo de 1990, hace hoy exactamente 33 años. Recuerdo que aquel viernes por la noche estaba apoyado en una pared, escuchando las mejores canciones del pop de los ochenta, cuando, de repente, empezaron a sonar los primeros e inconfundibles acordes de una de las grandes joyas musicales de los sesenta, It’s not unusual. Mientras comenzaban a sonar las trompetas y se oía ya el chasquido de los dedos del gran Tom Jones, me lancé a la pista, como poseído por una locura mental transitoria, bailando poco más o menos como lo habría hecho también el Tigre de Gales, ante la incredulidad de casi todos los presentes.

Hoy puedo decir, con orgullo, que creo que fui el rey de la pista durante un minuto y cincuenta y nueve segundos. Ni siquiera el mítico Tony Manero me hubiera superado aquella noche, que, por diversas razones, ya nunca más se volvería a repetir. Aun así, quizás pueda volver a reverdecer muy pronto aquellos viejos laureles, cuando abra sus puertas Lío en la antigua ubicación de Tito’s. Quién sabe. Todo puede pasar este año. O como diría mi admirado Tom Jones: «No sería nada extraño».