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El pasado mes de febrero, la cesta de la compra se encareció un 6,1 % con respecto a un año antes, según el indicador adelantado del Instituto Nacional de Estadística (INE). Un año antes, la inflación había sido del 7,6 %. Llevamos dos años de inflación desbocada.

En junio (10,2 %), julio (10,8 %) y agosto (10,5 %) del año pasado la inflación superó los diez puntos porcentuales. Después se moderó, alcanzando el 8,9 % en septiembre, el 7,3 % en octubre, el 6,8 % en noviembre y cerró el 2022 con el 5,7 %. Sin embargo, el año 2023 ha roto la tendencia, ya que los precios han subido un 5,9 % en enero y un 6,1 % en febrero. Lo que ha pasado estaba previsto: la electricidad y el carburante se dispararon, además de algunas materias primas. Y si se encarece la energía acaba subiendo todo lo demás, ya que la producción de cualquier bien y servicio requiere del consumo de energía cuyo coste acaba repercutiendo en el producto final.

La inflación supone un aumento de los precios de lo que adquirimos. Hace que el dinero no cunda. Para comprar lo mismo, se necesitan más euros. Lo peor es que la inflación subyacente, que refiere al aumento de precios de todo lo que no son alimentos frescos ni productos energéticos, se sitúa en el 7,7 %. Es decir, que sube todo y que la situación de alta inflación no es coyuntural, sino estructural.

Para que las familias no vean reducido su poder adquisitivo solo hay dos caminos, o bajar la inflación o aumentar sus ingresos. Un incremento constante de sueldos y pensiones podría tener el efecto contrario al deseado, pues los precios subirían todavía más. Sin embargo, y aun conociendo el riesgo, los incrementos salariales no pueden ser tímidos, por un motivo: las familias encadenan crisis desde el año 2008 y ya se han sacrificado lo suficiente en esta última. Mientras que en el ámbito de la contención de precios, las medidas para frenar la inflación no están teniendo el impacto deseado. Las fuerzas del mercado son de dimensión global y los sistemas de gobernanza actuales tienen menos poder en este nuevo escenario. La bajada del IVA de algunos alimentos fue irrisoria, sabíamos que apenas se notaría. Más contundente es la gratuidad del transporte público. Y los cheques en efectivo a algunos colectivos pueden ser una buena medida puntual, pero que se empiecen a generalizar es señal de que el problema se enquista.

A tenor de los datos macroeconómicos publicados, las previsiones de moderación del crecimiento y que hay elecciones, me atrevo a pensar que es muy posible que la situación de inflación desbocada se prolongue más tiempo del que se estima, con lo que las subidas salariales se harán todavía más necesarias.