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Más temprano que tarde tenía que pasar: que se anunciara la retirada de las 115 cabinas que todavía quedaban en las calles de Palma. Bueno, técnicamente no son cabinas, son una especie de columnas con unas mamparas que protegen unos teléfonos. Cabina, lo que se dice cabina, era la que atrapó a López Vázquez y que tanta gente ha recordado estos días. Cabina, y roja, era esa de Londres ante la que todo el mundo que cae por ahí se fotografía. Había, no sé si todavía está, una cabina en Combray (¿o donde anoto Combray quiero escribir Boquiñeni?) y en todos los combrays que llevamos dentro. Una cabina utilicé para la última llamada, o una de las últimas, a larga distancia y metiendo monedas. Estaba lejos de Palma, en Göteborg, en una esquina creo recordar entre Vasagatan y Avenyn. ¡Cuántas conversaciones se habrán quedado colgadas en las cabinas!

Es posible que monedas ya no queden, las habrán reventado en estos años de abandono y seguramente no quedará ninguna. Quizá sólo restos de conversaciones. Habrá conversaciones congeladas de muchos años atrás. Por ejemplo cuando llamabas, desde fuera de casa, para ver si estaba ella o él y siempre era la voz de otra persona, que podía ser su madre o su padre y que parecía que te respondía de mal humor. No, no está, ha salido. Y así. Estaban las cabinas como las que están retirando, pero también los teléfonos de los bares. A veces, tras una cortina de color verde. Recuerdo alguno que iba con fichas y no con monedas. De color negro. Cuando hablabas por teléfono, no se gritaba, intentabas que sólo te oyera la persona a la que habías llamado. El alcalde de Palma se alegró en tuit de que estaban quitando las cabinas. No lo entiendo. Lo que tendría que haber hecho era dejar una de homenaje. Quizá donde está el mamotreto de sa Feixina. Pero no. Se ve que ese sí es intocable.