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La afrenta que con total impunidad ha perpetrado la diputada Nogueras, del partido del 3 %, contra los españoles al despreciar la bandera nacional, en sede parlamentaria, ante las televisiones, una bandera que representa una historia de siglos y a un país democrático, apartándola, y sus posteriores comentarios jocosos, son la dramática confirmación del estado de postración en que vivimos. Ha provocado el estupor de la «gente de bien» y de la otra, estupefactos e incrédulos ante las cosas que cada día se ven obligados a soportar.

El debilitamiento del Estado y la dejación de Gobierno en defenderlo resultan peligroso y vejatorio. Se deroga la sedición y la malversación, se desacredita y debilita el CNI y se le impide investigar el separatismo, se retiran los refuerzos de la Policía Nacional en Cataluña y parte de la Guardia Civil de Navarra, se estudia en la ley Mordaza limitar las posibilidades de la policía en el mantenimiento del orden público, mientras los CDR se adiestran con manuales ucranianos… Además, cuando quien debería defenderlo es el empeñado en erosionarlo cada día más si quiere conservar el cetro, sometiéndose a la extorsión de los enemigos del Estado, éste está en grave riesgo.

De tal manera que el Gobierno es incapaz de salir al paso de la ofensa a la bandera ni puede cesar a una ministra que ha causado enorme dolor en miles de mujeres con su irresponsable ley del ‘solo sí es sí’ y está dispuesta a completar la jugada con la ley trans, pero se permite tener una delegada del Gobierno, Meritxell Batet, en funciones de presidenta de la Cámara, y a su segundo, que abroncan y retiran la palabra por llamar filoetarras a los que jalean a los terroristas de la banda ETA cuando salen de la cárcel o le montan un pollo a una diputada de la derecha por decir algo tan obvio como que Irene le debe la poltrona a su ilustre pareja sentimental.

Si llegara a repetir legislatura, acabarán con el sistema del 78 y alumbraría una República Popular Confederal. Me adhiero a la opinión de Jon Juaristi: «La izquierda se mueve por dos componentes emocionales básicos: la envidia y el resentimiento. Éste y el rencor son los dominantes en el nacionalismo. Estas pasiones compartidas les han unido siempre.»