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Hay un individuo que anda lloriqueando por las redes sociales porque, por lo visto, ganó un concurso televisivo y se ha quedado planchado con la mordida que Hacienda le ha dado a su jugoso premio. Yo le comprendo, creo que todos lo hacemos, al ver cómo de rollizo es nuestro salario bruto y en qué se queda tras pasar por caja. Pero luego circulamos por carreteras bien asfaltadas y señalizadas, acudimos al médico y volamos desde un aeropuerto moderno en un avión que no se cae a trozos y nos reconciliamos con el estado del bienestar, que se encarga de recaudar fondos para lograr que todo eso funcione. El chiquito este parece que nunca haya tenido un empleo, porque da la impresión de que desconocía cómo funcionan las cosas. Sin embargo, a mí lo que más me ha sorprendido de su diatriba es lo siguiente: el tipo dice que del premio de doscientos mil euros le han quitado antes de cobrar treinta y ocho mil, el diecinueve por ciento, con lo que se ha llevado 162.000. Que, oye, no está mal. Pero su asesor ya le ha advertido que guarde algo, porque el año que viene en la declaración de la renta tendrá que apoquinar otro 21 por ciento.

Total, que al final le van a quedar limpios ciento veinte mil. Tampoco está mal pero, claro, es casi la mitad de lo prometido. La sorpresa viene cuando el muchacho revela que se ha comprado una casa de setenta mil y un coche de 29.000, con lo cual ya casi se ha fundido el premio. ¿Una casa de setenta mil? Los mallorquines saltamos de la silla al escuchar algo así. Que necesita reforma, dice, pero aun así. Verdaderamente hay otros mundos que, aunque estén en este, nos resultan tan marcianos como los anillos de Saturno. ¡Setenta mil!