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Esa suerte de cazurrería controlada que al presidente de Cantabria, Miguel Ángel Revilla, le gusta cultivar, le jugó una mala pasada el otro día: se le descontroló. Hablando de los médicos, de la escasez de médicos en el mundo rural, vino a decir que para atender a la gente de los pueblos no hace falta que sean unos lumbreras como los cirujanos, puso como ejemplo, del hospital de Valdecilla. El bueno de Revilla habla mucho, pero no siempre piensa tanto como habla, o no siempre antes de hablar.
Es un mal común que no le afecta sólo a él, pero a otros se les nota menos porque no hablan tanto. Revilla, además, está convencido de que dice verdades como puños, o, cuando menos, diríase que pretende convencer de ello a los demás, pero eso de que para ocuparse de los paisanos basta y sobra con médicos normalitos de los que han sacado notas raspadas en la carrera, más que una verdad como un puño es un puñetazo a la verdad. Para ser médico rural, de cabecera, hay que saber mucho, y mucho de todo además.

A lo mejor se les daría regular hacer un trasplante en el Valdecilla, pero esa no es su función pese a que su especialidad es, en puridad, todas las especialidades. Eso que se ha dado en llamar atención primaria, y que en las aldeas y en los pueblos es la única que hay cuando la hay, precisa de unos médicos que, independientemente de las notas que hayan ido sacando, han de ser, como ningunos otros, personas, una carrera muy difícil de coronar con éxito. A los que trata también son personas, personas antes que pacientes, y esos médicos necesitan saber mucho, y sacrificarse mucho, y hacer muchos kilómetros por carreteras imposibles y a cualquier hora, para obrar el milagro del trato de persona a persona, tan curativo. Si algún día, Dios no lo quiera, Revilla se siente indispuesto en cualquiera de las aldeas que con regularidad visita, será un médico de esos, y no un cirujano de campanillas, el que le devuelva el resuello y el color de la cara.