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Entre las amigas hay una especie de contagio; una epidemia que parece que afecta a mujeres de mediana edad. Son tocadas por el ‘bicho’ de las oposiciones y se entierran entre temarios infinitos y códigos legislativos. A la edad a la que muchas peinan canas, deciden hacer un último esfuerzo y sueñan con ser funcionarias. Todas coinciden en el perfil: más de cuarenta años y muchas de ellas con hijos. Alguna de ellas cuenta con carrera universitaria, dos másteres, inglés de Cambridge y experiencia laboral en empresas privadas con cargos de responsabilidad o el paso por una consultora de relumbrón que ahora está siendo investigada por los excesos laborales con sus empleados. También tiene una niña de tres años. «Me he hartado de la empresa privada. No quiero saber nada más», argumenta. Todo esto mientras nuestros padres se hacen mayores y pasan de ser canguros obligados por la premura económica y horaria a necesitar de cuidados por salud. Es el sándwich de la familia, que tiene a la cuidadora de mediana edad en medio. Y sin conciliación, es imposible asumir ese papel.

Son muchas las mujeres que al final optan por pelearse unas oposiciones para conseguir una estabilidad laboral, especialmente después de la maternidad. Terminar de trabajar para ir a recoger a los niños al colegio es el sueño dorado de muchas. Otras han renunciado a progresar, a ascender, a asumir más trabajo. Y, sin embargo, se baten en duelo con más opositores con el objetivo de lograr una tranquilidad laboral sin sobresaltos. Bastante tuvimos ya con la crisis de 2008, que yo creo que aún no se ha ido. El sector público se ha convertido en un refugio laboral, el sueño de muchas.