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Aunque parezca increíble, todavía hay gente muy ingenua convencida de que sin las deudas que le traen por la calle de la amargura, hipotecas y tal, serían más felices. En absoluto. Sin deudas, lo más probable es que no tendrían casa, ni comida, ni compañía en la cama, ni cama. Cada cosa que lleguemos a poseer, incluyendo el aire que respiramos, las cucharillas de café y la ropa de andar por casa, engendrará automáticamente una deuda equivalente, y sin deudas no tendríamos nada, como los fantasmas y las criaturas prehistóricas. Instituciones económicas internacionales y economistas aficionados a lanzar alarmas sociales, muestran con frecuencia su preocupación por el aumento y el inverosímil tamaño de nuestras deudas, públicas, privadas y epicenas, que ya son impagables desde hace décadas, dando a entender así que esto de las deudas y el déficit es algo abominable que hay que erradicar. Mienten como bellacos, por el qué dirán.

Las deudas son una mercancía, y de las más rentables y buscadas; lo abominable es no poderse endeudar, como ya advertía Balzac. Por otra parte, si bien las deudas, y por tanto los morosos, han existido siempre, y casi toda la humanidad era deudora de nacimiento debido a los sistemas de vasallaje, el gran invento de la deuda global, algo crucial para el éxito del capitalismo, es más reciente. Sin ventas a crédito, multitudes severamente endeudadas y todas las economías nacionales deficitarias, aún estaríamos en la época feudal, donde el equivalente a nuestros grandes magnates filantrópicos era gente de armas con ejércitos privados dedicados al bandidaje. Dónde vas a comparar. Estamos en deuda (impagable, desde luego) con los putos genios financieros inventores de la deuda. De la deuda permanente, externa (externa a todo, al planeta), ordenada, estable, exigible a corto o largo plazo, que es la mercancía madre de todas las mercancías. La que crea riqueza y puestos de trabajo, la joya de nuestra endeudada civilización. Si tienen deudas, tienen esperanza de vida; si aún se resisten, al menos endéudense por solidaridad. Deuda solidaria, se llama. Y sobre todo, no atiendan a esas voces hipócritas siempre quejándose del aumento de las deudas.