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A mí también me caen mal los tipos que saben demasiado. Y si me caen mal cuando sus conocimientos en historia, literatura, arte o matemáticas me causan envidia, imagínate cuánto de mal me pueden caer cuando alardean de saber de algo que me importa una mierda. Así que ahora que los Kansas City Chiefs han ganado por fin la Super Bowl gracias al field-goal de Harrison Butker, y toda esa gente que sorprendentemente sabía tanto de fútbol americano ha disfrutado de su semana de gloria, ya podemos dejarlo hasta el año que viene.

No negaré que ha resultado incluso divertido ver a esos recién encumbrados especialistas en la NFL, entrañables gacetilleros reciclados en sabelotodos a base de acumular estrafalarios conocimientos en deportes de madrugada, intentar robarles protagonismo, siquiera por unos días, a toda esa otra recua de comentaristas expertos en la liga inglesa que en los últimos tiempos han proliferado también en los medios sin que nadie nos haya sabido dar razón. De pronto nos hemos encontrado que parecía que había dejado de preocupar (¡como si lo hubiera hecho alguna vez!) la sequía goleadora que sufre la delantera del Fulham o las semanas que hace que el portero titular del Derby County arrastra una lesión en los abductores y no era para menos: acabábamos de descubrir que el gran secreto de Patrick Mahones, ese famoso quarterback de los Chiefs del que hasta hace unos días ninguno de nosotros conocía su existencia, es que ha eliminado los postres azucarados de su dieta.