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Con la muerte de Marcos Alonso se me llena la cabeza de imágenes. De cuando pensaba que el sentido de la vida era ser culé, que era lo mismo que ser un perdedor. No había nada más grotesco que pertenecer a un club que ganaba una liga cada década y que por regla general se conformaba con una solitaria Copa del Rey que celebraba como si fuese una Champions. Marcos siempre quedará en mi retina por el espectacular gol de cabeza que le marcó al Madrid en el último minuto de una final de Copa. Para mí eso es Marcos Alonso: un testarazo inverosímil en una final contra el Madrid en el minuto 90. Han pasado cuatro décadas y a él lo sigo, y seguiré recordando, con su melenilla, su correr incansable y su espíritu indómito. Se le apodaba Pichón pero para mí siempre será ‘Taquicardia Marcos’ tal como le llamaba el comentarista de radio Héctor del Mar. Una época de sinsabores en azulgrana que son la esencia del culé de toda la vida. Y con el 25 aniversario del estreno de Titanic también me pongo a recordar cómo fue aquella avalancha de gente al cine.

Con menos de 30 años yo ya estaba en el Augusta calibrando que no habría nunca más un estreno similar. Se abría la taquilla del cine a las 3 de la tarde y a las 2 ya había gente acampada en la calle haciendo cola. La antigua sala 1 se llenaba hasta los topes. Por lo general se vendían 580 entradas teniendo en cuenta que en las 2 primeras filas nadie quería sentarse. Con Titanic se vendían más de 600. No importaba si te tocaba bajo la pantalla. Los más jóvenes salían llorando. La octava semana Titanic seguía llenando la sala 1. Había clientes que la habían visto ya 6 veces y volverían. Todo eso me producía una enorme taquicardia. Como la de Marcos Alonso.