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Jürgen Habermas desarrolló la teoría de la esfera pública, el entorno donde las sociedades libres intercambian las opiniones que configuran las creencias que, en una democracia, se traducen en los votos que aúpan a los gobiernos. Ahí tienen importancia los medios y las redes sociales. Habermas, tras postular este concepto, incorporado a la teoría política, mostró una creciente preocupación por la intromisión del poder, a través de la manipulación de las opiniones, casi siempre con el dinero público. Como nadie muerde la mano que le da de comer, las subvenciones suavizan las críticas y hasta las convierten en aplausos, alterando potencialmente las decisiones electorales. Si Habermas estaba preocupado por esto en Alemania, no quieran pensar qué ocurre en España, incluso aunque no nos suene el nombre de este teutón.
Para no salir de casa, yo me atrevería a decir que en Baleares son contadas las organizaciones sociales que no dependen de un partido político y que pueden hablar sin pedir permiso. A veces esta sumisión a la política es notoria, pero en otras ocasiones, si hay discreción, la manipulación llega a ser eficaz y destructiva.
Estos días, en un acto que le honra, el GOB de Menorca hizo pública la procedencia de los casi setecientos mil euros que constituyen su presupuesto anual, reconociendo que apenas un trece por ciento son las cuotas de sus mil quinientos socios. El resto, en mayor o menor medida, directa o indirectamente, está vinculado al poder político –no necesariamente el Gobierno–. Así es difícil ser independiente.
En el mundo anglosajón existe una gran concienciación respecto a que quien paga, manda. Es frecuente ver en los medios serios publicar junto a una noticia el vínculo que la propiedad tiene con los protagonistas del hecho narrado, como prueba de honestidad.
En Baleares, si uno desconoce al personal, puede ‘comprar’ todos los mensajes; si sabe quién es quién, hasta quizás alcance a adivinar el precio de cada una de las declaraciones públicas, muy especialmente en estas fechas preelectorales. Instituciones y personajes que en principio a usted y a mí nos parecerían absolutamente respetables resulta que alquilan su credibilidad a cambio de una compensación. Les basta con un carguito pagado; con un premio indirecto. No crean que hay que ir a buscarlos lejos: los ve usted y los veo yo cada día en los telediarios, en las radios, en los periódicos, en las redes sociales. Son asalariados que van disfrazados de autónomos. Trabajadores por cuenta ajena vestidos de independientes.
En este sentido, es clamorosa, histórica e insultante la degeneración del papel de los llamados agentes sociales, fundamentalmente a través de los cursos de formación que financia el gobierno regional. Y nadie dice una palabra, no vayamos a enfadar al dueño del talonario.
Aunque es cierto que los partidos políticos que tienen el gobierno son más generosos porque el dinero que emplean no es suyo, la oposición también utiliza las mismas armas, en muchos casos, a falta de presente, con promesas de futuro.
Además de los que cobran por sus halagos, están los que querrían un día llegar a ello, por lo que se comportan hoy como si estuvieran haciendo una ‘demo’: «mira cuanto puedo apoyarte si quisieras pagarme» vienen a decir. Si usted en las últimas semanas antes de ir a la urnas ve que aparecen más y más elogios a un partido, recuerde que estas pueden ser inversiones para el futuro: creen que ganará su candidato y preparan la factura para los cuatro años posteriores a las elecciones. Unos compran acciones en Bolsa, otros ponen su independencia al servicio de un salario futuro.
Yo me he negado a participar en algunos debates públicos en los que no menos de la mitad de los contertulios está controlada por los partidos políticos y no se sale del guión oficial ni siquiera cuando las cámaras están apagadas. Así, por supuesto, no tiene sentido debatir. Al menos sus jefes saben hasta dónde pueden llegar con su rigidez conceptual. O sea, siempre es mejor hablar con el ventrílocuo que no con sus muñecos.
Para hacer sociología, aprovechen estos cuatro meses que son como la primera quincena de febrero para los almendros: florece todo el servilismo, flota toda la miseria humana, los elogios son más babosos que nunca. Yo he visto líderes sindicales de izquierdas –perdón por la redundancia– apoyar al PP, empresarios pedir el voto por la izquierda, intelectuales arrastrándose en favor de la derecha a la que critican furiosamente.
En junio esto habrá acabado y llegará el momento de pasar las facturas. Y ocupar los cargos.