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De la cumbre hispano marroquí celebrada en Rabat puede decirse aquello de mucho ruido y pocas nueces.

El ruido, ya se sabe, ha sido el despliegue personal y mediático, con la presencia de once ministros –sólo del PSOE, por aquello del desencuentro de los socios del Gobierno sobre las relaciones con Marruecos– y el eco intensivo del encuentro en los medios de comunicación.

Las nueces, decíamos, han sido escasas, obviando el tema más delicado de esas relaciones, como es el estatus de Ceuta y Melilla. Firma de acuerdos interministeriales, eso sí, en una cumbre devaluada por el propio Mohamed VI, al privarla de su presencia personal.

Lo más que se ha conseguido es la declaración de que ningún país hará nada que pueda herir los sentimientos del otro, cosa que ya viene ejecutando el Gobierno español tras el giro de Pedro Sánchez en la posición sobre el Sahara.

Se podría inferir que ese respeto a los sentimientos del otro conllevaría por parte marroquí el reconocimiento recíproco de la soberanía española sobre Ceuta y Melilla. Pero no ha habido ninguna declaración formal al respecto, con lo que el tema queda en el aire y le permite a Marruecos no desdecirse de su pretensión de anexionarse algún día ambas ciudades españolas.

Así, sólo con no impedir cuando quiera una «invasión pacífica» de masas de ciudadanos espoleados por él puede argüir que no incumple los acuerdos. Como se ve, más que una reunión entre iguales, en Rabat se celebró el reiterado reconocimiento de los intereses de Marruecos, por una parte, y la indefensión total de España, por otra.