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Llega el día de la jubilación, son las tres y te despiden con palmadita en la espalda. Comes, echas la siesta y al rato te despiertas en estado de jubilación. Y te programas para tu nuevo estado. Te dedicas, primero, a las desvinculaciones: 1) desenchufas para siempre el despertador; 2) depones de su trono a la reina doña agenda; 3) pones en silencio todos los pitidos del móvil; 4) desconectas los valores de eficacia y trasiego prefiriendo los de disfrute y sosiego; 5) desligas méritos de famas y errores de culpas.
Luego, te dedicas a las sustituciones: 1) sustituyes la diaria entrada a tu oficina gris de trabajo por la entrada al parque verde de tu barrio; 2) sustituyes la pequeña libertad de viajar por aire o por mar por la superior libertad de no salir de viaje y dormitar en la hamaca de tu corral; 3) sustituyes el salir de casa con las máscaras obligadas por salir con solo tu rostro real; 4) sustituyes pisar las calles contra reloj por pasearlas sin reloj; 5) sustituyes la cantinela ‘el mundo está fatal’ por la de ‘la vida es bella’.

Realizarás estas diez operaciones en las primeras 48 horas de tu nuevo estado. Luego, si el banco no te reclama, la culpa no te acosa y la salud te acompaña, te sentirás inmensamente jubiloso.