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La Serra de Tramuntana, espina dorsal de Mallorca, fue declarada Patrimonio de la Humanidad y no es para menos porque es uno de los espacios naturales más espectaculares del mundo, por sus montañas, valles y por los farallones y acantilados que envueltos en pinares caen sobre el mar, más los olivos retorcidos verdadera estampa de la belleza que anega Mallorca y que deberíamos cuidar con mucho más esmero. Entre los pueblos pintorescos que salpican esta cadena montañosa, que empieza en Andratx y termina en Formentor –en las antiguas tierras de la familia del poeta Costa i Llobera– descollan por su pintoresquismo tanto Valldemossa como Deià, ambos están muy cuidados desde hace décadas. Valldemossa destaca por su Cartuja y por las famosas cocas de patatas que despachan en la pastelería o Forn Can Molinas. Sus calles empedradas salpicadas de maceteros con geranios son de una gran pulcritud y acendrada estética rústica. Valldemossa es uno de los pueblecitos más literarios y turísticos del mundo, destaca poderosamente en su fachada la torre del palacio del Rey Sancho: lo vivieron y visitaron desde Rubén Darío a Gabriela Mistral, desde Azorín a Unamuno o Jovellanos (a la fuerza), desde los emperadores de Japón a recientemente, este verano, las Infantas y Reyes de España.

Entre Valldemossa y Deià se encuentra Miramar, son las tierras del excéntrico archiduque Luis Salvador (1847-1915), cuya propiedad era vigilada por varios perros descomunales. También son las tierras y refugio de aquellos lulistas, o seguidores de la doctrina del beato Ramon Llull, que fundaron la primera imprenta mallorquina a finales del siglo XV. Cuando estuvo en Mallorca, el entonces príncipe de Gales, hoy por fin Carlos III, andurreaba por los contornos valldemossines con un su caballete, y un pequeño séquito, a pintar acuarelas. Chopin compuso en la Cartuja algunas de sus obras cenitales. Toda esta línea litoral es de una gran belleza escénica y tiene dos recovecos encantadores: Llucalcari y Cala Deià. Cuando el poeta Robert Graves buscó un sitio para vivir tranquilo (sin luz ni nada) y poder escribir e imprimir sus poemas, la localidad elegida fue precisamente Deià, allí se instaló en los años treinta y allí envejeció: aunque no obtuvo el premio Nobel estaba muy orgulloso del único premio importante que, según él, le dieron: ser nombrado en los setenta hijo adoptivo de Deià. En este enclave las casas y paredes de piedra, entre cipreses y espigadas palmeras, contornean una loma que sostiene uno de los cementerios más bonitos de España en el que, precisamente, descansa el autor de Adiós a todo eso. En Deià se quiso comprar una casa Mario Vargas Llosa y vivieron una temporadita tanto Julio Cortázar como Gabriel García Márquez. En las noches de luna llena el paisaje de esta zona transmite unos matices mágicos que se dan en pocos lugares del Planeta y que llamaron mucho la atención de nuestro gran escritor Cristóbal Serra. De esta zona, y de Mallorca toda, dijo Gertrude Stein, marchante de Picasso, que «es el Paraíso, si puedes resistirlo».