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No hablo hoy de eutanasia. Hablo de mistanasia, esa que se produce todos los días en todos los países pobres del mundo. El término es ya de uso común en el vocabulario sanitario de Brasil, de donde es Marcio Fabri do Anjos. Este teólogo puso su ojo en la etimología del término eu-tanasia –de eu (buena) y thanatos (muerte)– y denunció que ésta no servía para referirse a las numerosísimas muertes malas e infelices que se daban a su alrededor por falta de asistencia sanitaria. Constató que muchas muertes no quedaban al alcance de las asistencias hospitalarias, muy lejos de los protocolos dictados por los expertos en bioética. Se refería a las muertes hijas del hambre, la marginación o la violencia, las muertes que son víctimas de la exclusión social, las no contempladas en los protocolos de atención al cliente, muertes por falta de medios suficientes para evitarla. Para referirse a tales muertes, Do Anjos acuñó el término mistanasia –de mys (infeliz) y thanatos (muerte)–.

En nuestro mundo se da demasiada mala muerte. Y aunque nombrar el vocablo mistanasia asaete nuestra conciencia y la realidad que denota nos ofenda, esta palabra debe ser dicha. Si en un país se dan muertes felices, que se diga. Si en muchos países se dan muertes infelices, dígase también. En una sociedad franca, la realidad debe ser siempre empalabrada.