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Una cosa es la Administración, otra la política y una tercera son las leyes que dependen de las dos primeras. No hay que confundir. Pero cuando ingresé en la Administración como diplomático (allá en la prehistoria), un veterano funcionario me dio un consejo para mi actividad: «Al amigo, todo; al enemigo, nada y al indiferente, la legislación vigente». Realmente. La Administración tiene que ser independiente pero quizá haya saltado a la política.

A veces, la Administración y la política se confunden. Fíjense en algo curioso. Por la derecha, José María Aznar es inspector de Hacienda, Mariano Rajoy es registrador de la propiedad y Núñez Feijóo, funcionario excedente de la Administración de Galicia. Incluso Santiago Abascal (Vox) ha trabajado solo en la Administración. En cambio, en la izquierda, ni Felipe González ni Rodríguez Zapatero ni Pedro Sánchez han tenido experiencia en la Administración salvo la labor docente de Zapatero y de Pablo Iglesias. Se diría que debería ser a la inversa, que en los dirigentes de la derecha debería haber más ‘empresarios’ y en los de la izquierda más ‘función pública’. En la política, cuando hay que hacer frente a un problema, hay tres maneras de atajarlo: aprobar una ley (no suele ser eficaz), crear una comisión (no soluciona nada) o conseguir un acuerdo político (casi nunca se logra pero es la que sirve).

Rajoy no se desprendió nunca de su mentalidad de funcionario. Para él, la aplicación de la ley era suficiente para manejar las crisis. Es obvio que Rajoy, pese a su buena voluntad, en el problema del intento de secesión de Cataluña solo aplicó la ley como supuesta varita mágica mientras que debía rumiar eso de ‘al indiferente, la legislación vigente’.

Sánchez, en cambio, parece muy decidido a practicar lo de ‘al enemigo, nada’ porque su poder puede palidecer con unos socios tan incómodos como los que le dan mayoría parlamentaria. Ahora, Núñez Feijóo ha presentado un programa para un hipotético gobierno combinando medidas legales con acuerdos políticos de imposible logro. Se diría que quiere ‘dar todo al amigo’. Los funcionarios son imprescindibles siempre que no traspasen las líneas de su recta actuación (no hacer política) y los políticos no deben degradarse con actitudes que recuerdan más bien lo que hacen los jefes de negociado. Ahora, cada vez se empieza a una edad más temprana en la política. A los 21 o 22 años ya se puede ser concejal. Así, apenas hay experiencia profesional que confiera un margen de autonomía y, en cambio, se crea una total dependencia de los mandamases de los partidos para poder progresar. Como si fueran funcionarios. Política con mayúscula es lo que necesitamos o ¿me he equivocado en los calificativos?