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Recientemente, se han presentado en Palma sendas propuestas de mediciones que, de manera directa o indirecta, afectan a la economía. Por un lado, las Cuentas Materiales, ofrecidas por el Ibestat; por otro, los indicadores ambientales, desgranados por el CES. Hay que aplaudir ambas iniciativas, ambos compendios de datos y de pretensiones para fijar medidas de carácter sintético. La economía no puede trabajar únicamente con el PIB como primordial referente –si bien no se debe ignorar ni despreciar–; más bien ha de incorporar a su acerbo de variables aquellas que, sin ser crematísticas –es decir, reducibles a unidades monetarias–, permiten informar con mayor precisión sobre lo que está aconteciendo no sólo en la esfera económica, sino también –y esto es crucial– en la social.

De ahí que resulten muy positivos estos ejercicios aportados por instituciones públicas, que deberían traducirse en operaciones estadísticas regulares. Sería un error y una decepción que tales esfuerzos, que han condensado un elenco de expertos y expertas en los campos considerados, se vaciaran en el tiempo: se escondieran en un cajón, más allá de los ornamentos de sus respectivas presentaciones, por parte de los impulsores políticos. La táctica es importante; pero la estrategia marca posibilidades de futuro. Y esas magnitudes, aportadas hace escasos días en actos públicos, representan herramientas de gran calado para las decisiones en Política Económica.

La economía urge de métricas nuevas, complementarias, que condensen indicadores biofísicos y sociales. Esto no solo enriquece la disciplina económica, sino que representa una contribución clave que se edifica sobre una metodología precisa: la idea de transversalidad, de cooperación entre diferentes campos del conocimiento, con intervenciones esenciales de las matemáticas, la biología, la física, la química, la historia, la sociología, la propia economía, el derecho… una amalgama de epistemologías diferentes que confluyen en un objetivo básico: acercarse más a una realidad compleja, no reducible a un solo parámetro.

Este objetivo no es excéntrico. Se ha puesto en práctica en programas de investigación de diferentes universidades, y está permitiendo entender mejor aspectos de enorme transcendencia, como los impactos reales del crecimiento económico sobre el entorno ambiental, o los desencadenantes de desigualdad. En el ámbito de la Unión Europea (UE), Eurostat ha desarrollado una importante labor teórico-metodológica y ha realizado avances en la contabilidad económico-ecológica. Sin embargo, no todos los estados miembros de la UE han trasladado a sus sistemas estadísticos estos desarrollos y mejoras en la misma medida: podemos destacar los ejemplos de Austria o Suecia por la calidad de sus estadísticas ambientales.

En todo caso, la discusión científica se ha abierto ya hace tiempo. Pero lo que no cabe duda es que, sea cual sea el método y la guía de investigación escogidos, la noción de que son necesarias nuevas métricas para comprender de forma holística el crecimiento económico es cada vez más patente.