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La legislatura está llegando a su fin con algunas actuaciones puntuales sobre la fisonomía de Palma y con la recurrente –y sistemáticamente incumplida– promesa de una transformación más profunda en el siguiente curso político, cuya medida estrella es el mismo tranvía que se viene anunciando desde hace más de 10 años sin haber pasado hasta el momento de la fase de propaganda electoral, ni haber obtenido siquiera el plácet de los colegios profesionales de los expertos en la materia. En suma, una chapuza improvisada nacida de la arbitrariedad política.

El problema de este y otros consistorios anteriores ha sido siempre el mismo. Se concibe exclusivamente la ciudad como el terreno de juego en el que disputarse los próximos comicios, de manera que solo se le ponen parches, especialmente en el último año previo a las elecciones.

Probablemente por falta de talla política, padecemos unos gobiernos municipales más preocupados en conservar la nómina pública de sus integrantes otros cuatro años que en comenzar a planificar la Palma de los próximos veinticinco.

Obviamente, la planificación estratégica de una gran capital como la nuestra requiere consensos básicos entre las principales fuerzas políticas –algo hoy por hoy impensable–, porque de lo contrario cada alternancia se convierte en un ejercicio de demolición de lo que ha hecho el equipo precedente. Se trata de una estrategia derrochadora e inmoral que usa al palmesano como rehén. La ciudadanía no merece tanta miseria política, sino que precisa que los dirigentes dejen de bajar al barro de lo personal y del frentismo para ponerse a trabajar, cada uno desde su ubicación ideológica, para generar de una vez la ilusión colectiva de una Palma proyectada desde la globalidad y no desde el sectarismo.

Todas las actuaciones de Cort en las dos últimas legislaturas son muestra palpable de lo contrario. Se transforman tímida y deslavazadamente puntos de la ciudad sin un criterio uniforme, desoyendo casi siempre las advertencias de los sectores implicados y las propuestas de toda la oposición, a la que se desprecia por el solo hecho de serlo.

Y la mejor muestra de este modo de proceder es, justamente, el cacareado tranvía. Ni los ingenieros ni nadie en su sano juicio entiende qué interés pueda haber en colapsar aún más el tráfico de Palma con un medio de transporte que nada va a solucionar en cuanto a la movilidad de la inmensa mayoría de los residentes o visitantes. Y si los ciudadanos no pueden acceder con fluidez a sus viviendas y puestos de trabajo, puede pasar lo mismo que ha sucedido en otras ciudades como, por ejemplo, Toledo, cuyo centro histórico se ha convertido en un mero escenario diurno de la actividad turística, en tanto que los toledanos lo abandonan para habitar en barriadas del extrarradio. Quienes más han hablado del peligro de la gentrificación en Palma van a convertirse en sus principales agentes.

Nuestra ciudad es hoy sumamente incómoda –además de sucia e insegura– e inasequible como lugar de residencia para una gran mayoría de mallorquines, que se desplazan a muchos otros municipios que aún conservan una calidad de vida de la que los palmesanos han sido privados.

Se precisa con urgencia un alcalde con una visión integradora, global y a largo plazo de Palma.