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Por desgracia, siguen existiendo personajes políticos –y también economistas, todo sea dicho– que afirman que el funcionamiento casi automático de los mercados resolverá otro de los problemas de la economía mundial, el ecológico. Éste representa uno de los costes más elevados, que supera las precisiones más crematísticas. Ahora bien, las investigaciones más solventes desde el campo de las ciencias experimentales detallan el peligro de la acción descontrolada del hombre sobre la naturaleza. La tecnosfera que se ha impulsado sobre todo a raíz de las revoluciones industriales, ha incidido de forma negativa sobre los equilibrios naturales de la biosfera. Estamos, pues, ante la idea de externalidades económicas, manejadas por la economía como consecuencias inherentes al crecimiento económico. Tal situación –es decir, la noción de que los impactos que se causan sobre el medio ambiente desde las fases de producción y distribución– han promovido nuevos retos para las ciencias sociales.

Las controversias han sido importantes en ese contexto: detener las externalidades puede suponer paralizar también la creación de puestos de trabajo; no poner medidas expeditivas a tales externalidades va a comportar la degradación del planeta, con resultados imprevisibles pero negativos. Ambos caminos parecen dispersos: contradictorios en si mismos. Pero de forma gradual van apareciendo actividades que podrían calificarse como mixtas: se preocupan de la eficiencia ambiental, al tiempo que no rehuyen la dinamización del mercado laboral. Transición ecológica y ocupación no tienen que ser necesariamente factores antagónicos, tal y como revelan datos muy recientes.

El ejemplo de Francia es meridiano en esa dirección: las actividades ecológicas van creando cada vez más empleo: del orden del 3 % entre 2004 y 2020, frente al 0,5 % del resto de la economía, según datos publicados por Éloi Laurent. ¿Puede existir un «capitalismo verde», entonces? Sin duda: si existen nichos de negocio y de mercado, esta posibilidad es plausible. ¿Es esto más positivo para el planeta? Sí, desde la óptica ambiental, independientemente de la cuestión laboral o del control de los resortes económicos básicos de estas nuevas actividades. Los costes de transición –por ejemplo, en la energía– serán elevados en el plazo inmediato, a pesar de que sus efectos positivos se dejarán sentir en el medio y largo plazos. Pero, además, estas nuevas necesidades infieren también otras prospectivas en el ámbito de las nuevas tecnologías de la información y la comunicación (TIC). Aquí, los augurios son dispares: desde el dibujo de una Arcadia feliz, presentado por Jeremy Rifkin acuñando el concepto de tercera revolución industrial –energía limpia, descentralización productiva, control de la información, tiempo de ocio–; hasta el horizonte más realista que expone Klaus Schwab, perfilando una cuarta revolución industrial que tiene en la robótica su máxima expresión –con contradicciones importantes en el mercado laboral– Todo ello, ¿puede ser compatible a su vez con el reto ambiental del planeta?