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Existe un tal Juan García-Gallardo, jovenzuelo de familia bien de Burgos, que ahora quiere decirles a las mujeres de su comunidad cómo tienen que vivir. Castilla y León tiene un problemón poblacional, como toda la España alejada de la costa –a excepción de Madrid y ya sabemos por qué– y este individuo, afiliado a Vox y ahora vicepresidente de los castellanos y leoneses, pretende atajarlo dinamitando el derecho al aborto. Quiere proteger a los médicos abortistas, cosa que puede aceptarse sin problemas, pero además está emperrado en que cualquier mujer que quiera abortar sea obligada a escuchar el latido del corazón de la criatura y a verla en una ecografía 4D. Es decir, apelar al sentimentalismo para evitar que siga adelante con su decisión. Este tipo dirige una comunidad autónoma y, como tal, tiene poder de decisión. Quizá podría plantearse un poquito más a fondo por qué no nacen niños allí. No es difícil de adivinar: porque no hay oportunidades de desarrollo. La España vaciada lo está porque no puede ser de otro modo.

Nadie va a quedarse a vivir en un lugar que no te permite vivir. Se quedan los pensionistas porque a ellos la papeleta se la resuelve el Estado y algunos inmigrantes que encuentran empleos que nosotros despreciamos en la agricultura. García-Gallardo lo tendría facilísimo para llenar sus provincias de niños, de jóvenes ambiciosos deseosos de formar una familia: crea empleo, empresas punteras y rentables y ofrece sueldos de ensueño, pon autopistas, conexiones aéreas y conectividad de primera. El problema no es el aborto, amigo. El problema es la pobreza, el desierto existencial. Y eso está en tu mano, como dirigente político, atajarlo. Sin sentimentalismos ni dramas innecesarios. Por cierto, ¿cuántos hijos tiene él?