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La madre del periodista Antoni Escanellas sacó un día entre los trastos viejos un pequeño paquete. «Son las 30 postales que escribió tu bisabuelo cuando estuvo preso en la guerra», dijo. Leyeron una al azar: «Hijitos del alma, siento mucho que pasen las fiestas y no os pueda traer el pavo y turrones que tanta alegría os daban». A Antoni se le rompió el alma. Era el bisabuelo que murió justo cuando nació él, en 1977. Se volcó en su historia y ahora la ha publicado en catalán y castellano con un excepcional estilo narrativo bajo el nombre de Ficha nº 15, postales contra el olvido (Dolmen Editorial). Esta tarde tengo el gusto de acompañarle en la presentación a las 19.00 horas en la Casa del Libro de Palma.

Su bisabuelo se llamaba Rogelio Fernández Aguiló y vivía con su mujer y sus siete hijos en la calle Aragón de Palma. El 19 de julio de 1936 fue detenido por ser delegado de UGT en Calzados Minerva. Su bisnieto insiste en que era de izquierdas pero nunca había participado en protestas ni peleas, que la denuncia vino de un compañero que ansiaba su puesto.

Lo encerraron primero en un barco prisión y después en la temida cárcel de Can Mir, un antiguo almacén de maderas situado donde hoy está el cine Augusta. Allí pasó los peores meses. Las sacas de presos eran constantes. Un militar llamaba a alguien y luego su cadáver aparecía en las afueras de la ciudad. Los que sobrevivían sufrían unas condiciones lamentables. No podían cambiarse de ropa y por la noche tenían que pegarse unos a otros para no pasar frío. «La dignidad, cuando comes junto a ríos de orín, se pierde muy rápido», afirma Escanellas.

Su familia fue varias veces a rogar su liberación y les contestaban que tenían suerte: «Está mejor dentro que fuera ahora mismo porque los que le denunciaron le podrían haber pegado un tiro en la cabeza y estaría aún peor, ¿no le parece?».

Rogelio sobrevivió haciéndose valer como zapatero. Arreglaba todo lo que llegaba a sus manos, tanto de compañeros como de centinelas. Aun así, nunca le dejaron ver a su familia. Temía que sus hijos cayeran por el hambre, la guerra o los bombardeos republicanos de Palma: «Las bombas hacían temblar todo».

Un tribunal militar le absolvió por falta de pruebas en 1937 pero siguió preso. Querían anularle como persona y militante para que no diera problemas. Lo internaron en dos campos de trabajo de Llucmajor y siguió comunicándose con el exterior a través de las postales: «Deseo mucho veros a todos. Creo que será pronto porque han puesto a muchos en libertad»; «Confiad en Dios, que pronto ha de volvernos a dar la dicha de vivir como antes: pobres pero siempre trabajando por España y por vosotros».

La liberación llegaría el día de Reyes de 1938. Apareció en su casa como un regalo inesperado en forma de hombre delgado, con ropa vieja y menos pelo. La suerte quiso que toda la familia sobreviviera a la guerra pero aquello no fue un final feliz. Rogelio nunca más habló de política ni de nada de todo aquello. El Régimen había ganado: lo había anulado como persona y militante. «Esta es su historia y merecía la pena contarla porque nunca ha recibido ningún homenaje», concluye su bisnieto.