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La hora de las jubilaciones de la generación boomer ha empezado y desde la Seguridad Social ya confirman que cada mes –catorce veces al año– los españoles tendremos que destinar unos diez mil millones de euros a materializar las pensiones de diez millones de ciudadanos que han alcanzado la edad dorada. Por un lado, es una excelente noticia, pues denota que diez millones de personas han trabajado tanto y tan duramente que han logrado hacerse acreedores de esa paga que garantiza su bienestar y su descanso al llegar a la vejez. Un privilegio que muchos países desconocen aún y del que debemos sentirnos más que orgullosos. Por otro lado, la cifra es tan astronómica –pensemos que la cuantía media de la pensión de jubilación está ahora en unos escuetos mil euros– que exige un esfuerzo importante para las arcas públicas.

Todos deberíamos remar en esa dirección porque la calidad de vida de nuestros mayores no es negociable. Al contrario, lo que hay que procurar es que las pensiones mejoren paulativamente y se aproximen al monto que necesita cualquier familia española para vivir con dignidad, unos 1.500 euros mensuales como mínimo. Por eso me choca que escuchemos día sí y día también que el sistema público de pensiones peligra, que es insostenible y no sé cuántas idioteces parecidas, en boca de profanos, pero también de supuestos expertos.

Y al mismo tiempo se llenan la boca aquí y allá, hace pocos días también el Rey, exigiendo más recursos públicos en armamento y defensa. Si hay dinero para tanques, avioncitos y balas, tiene que haber, y de sobra, para que nuestra creciente población mayor disfrute de la vida que se merece. ¿O no han construido ellos este país durante los últimos cincuenta años?