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Hace ya muchos años, vi en una película americana cuyo título no recuerdo como una mujer agredida por su marido acudía a un centro de acogida para mujeres maltratadas, un refugio. Allí, la encargada le dice «no le concedas ni un segundo, no le contestes el teléfono ni se te ocurra darle un resquicio si te localiza. Si lo haces, eres mujer muerta». Ella, desgraciadamente, le contestó el teléfono y poco después fue brutalmente asesinada.

Cuando el hombre saca la bestia que lleva dentro nada le detiene y si la mujer cede por pura compasión, peor. Según las cifras de Eurostat de 2019, España no es el país de la UE con el mayor número de feminicidios por cada cien mil mujeres. Pero la concentración en poco tiempo y la especial violencia de algunos crímenes nos hace sentir muy culpables, fracasados como sociedad. Las autoridades estatales y autonómicas presumen de las medidas tomadas, pero es una equivocación pensar que, con la aprobación de una ley, con la agravación de las penas o con la imposición de órdenes de alejamiento se va a solucionar el problema. Desgraciadamente, no es así. Queda una inmensa tarea para conseguir rebajar las cifras de los actos violentos contra las mujeres (no olvido que también hay actos violentos de mujeres contra sus parejas, insignificantes en términos comparativos).

El mayor esfuerzo es a largo plazo mediante una fuerte inversión en valores, en respeto y en educación. En muchos aspectos hemos desarrollado una sociedad en la que todo se banaliza, especialmente la violencia, de manera que no se distingue entre la realidad y la ficción. Los reality shows convierten la vulgaridad en la regla y el respeto en la excepción.

A diario leemos las noticias de parientes de enfermos que agreden a los médicos o de familiares de un alumno que agreden a un profesor. Se ha perdido el respeto incluso en el ámbito de la célula familiar y muchos jóvenes crecen siendo consentidos en sus peores hábitos. La necesaria igualdad no puede dar pie a la violencia a o a la desobediencia.

Hay que educar a los niños en el respeto, en los valores tradicionales que no han perdido su validez en el mundo actual. «O eres mía o no eres de nadie» no puede tener cabida en ninguna relación de pareja. Los hijos, los adultos no son de nadie, son personas libres.

Mientras avanzamos en esa vía, hay que procurar que la tecnología proporcione seguridad a las mujeres mediante mecanismos que la avisen de la presencia cercana de un posible agresor y por otra parte, aunque me duela escribirlo, a aquellas mujeres en situación de máximo peligro habrá que darles una protección eficaz con una nueva identidad y un traslado de lugar de residencia. Es duro, pero hay que actuar antes de que la bestia siga haciendo de las suyas.