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Hace muchos años, conocí a Cristina Kirchner en la sede de la embajada Argentina en España. Le hacía una entrevista Iñaki Gabilondo, y a mí me enviaron para que hiciera una semblanza del personaje. Debían ser las nueve de la mañana, y me causó una cierta sorpresa verla aparecer con una elegancia detallada, maquillaje y peluquería visibles, como si la entrevista fuera ante las cámaras de televisión y no para la radio. Estuvo muy agradable, y no supe más de ella hasta que el fiscal Alberto Nisman fue asesinado, cuando investigaba una causa en la que se sospechaba que la Kirchner había ocultado datos sobre un acto terrorista anterior.

Se trata de una mujer con una larga carrera política. A los 17 años ingresó en las juventudes justicialistas, a los 22 se casó con Alberto Kirchner, que llegaría a presidente, y, luego, ella misma, también fue presidenta.

La parte oscura son los escándalos financieros, de muchos de los cuales fue absuelta o la causa sobreseída. Hace poco donó a sus hijos la mayor parte de su fortuna, que, casi llegaba a los 80 millones de dólares. Para los que no somos ricos calculo que un chalet decente vale aproximadamente un millón de dólares, por lo que supongo que, con grandes sacrificios y ahorros, de su sueldo de presidenta y del de su marido, consiguieron una cuenta corriente que permitiría pagar al contado 80 chalets.

Hace poco, Cristina fue condenada por corrupción, y Yolanda Díaz, Irene Montero, Ione Belarra y José Luis Rodríguez Zapatero mostraron su pesar y su disposición de trasladarse a Argentina para ofrecer su apoyo a la condenada.

La velocidad de esta época de cambios es vertiginosa. No hace nada, este socorredor, Zapatero, y estas socorredoras parecían indignadas por la corrupción. Ahora resulta que se legaliza la malversación y es de buen tono social acudir en socorro de la corrupta.