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Solemos pensar que la extinción es aquello, tan traumático y lejano, que les ocurrió a los dinosaurios. Un acontecimiento puntual que tuvo lugar hace millones de años y que solo vemos en películas y libros de texto. Sin embargo, hoy mismo estamos inmersos en ese proceso, aunque no nos resulte tan violento ni espectacular, porque no es consecuencia de la caída de un meteorito. Somos nosotros, los humanos, la causa de que no decenas ni cientos, ni siquiera miles de especies estén abandonando este mundo en completo silencio, sino decenas de miles. Una auténtica tragedia que se consuma todos los días. Este mes se ha actualizado la Lista Roja de Especies Amenazadas, se ha revisado la situación de más de 150.000 que están en peligro y se ha llegado a la conclusión de que más de 42.000 corren grave peligro de desaparecer.

La cifra es tan estratosférica que cuesta imaginarlo. Casi la mitad son anfibios, más de un tercio son tiburones o rayas y más de una cuarta parte, mamíferos, aparte de las aves, los reptiles y los arrecifes de coral. La gran víctima de esta devastación sistemática llevada a cabo por la ‘civilización’ humana es el mar, incapaz de regenerarse a tiempo. El informe de los expertos responsabiliza de esta situación a la sobreexplotación comercial, la pesca ilegal, el cambio climático, las enfermedades y la contaminación, un cóctel que convierte a los océanos en icono de todo lo que hacemos mal.

Como es habitual, la Conferencia de la ONU sobre Biodiversidad COP15 que se celebra en Montreal, busca acuerdos y exige medidas urgentes para detener y revertir la pérdida de diversidad biológica en el planeta. ¿Alguien cree que se hará algo? Mientras haya demanda, la destrucción continuará.