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No quiero enfadarme más de lo que estoy. Sobran motivos para el cabreo en estas Navidades. Precisamente para quitar hierro y enfriar la situación, he encargado un tranvía que regalaré a jóvenes y viejos. Me costará poco, ni tan siquiera mil euros, puesto que solo he encargado un centenar. Total, una nadería si lo comparamos con los millones que costará el del Ayuntamiento palmesano, que lo pagará su ciudadanía sin rechistar.

¿Por qué esta locura? Es más que preocupante. La primera vez que discutí sobre ello fue con la alcaldesa Aina Calvo. Recuerdo que le dije: «Es imposible que una mujer de izquierdas y con cabeza quiera regresar al siglo XIX promocionando lo superado e inservible». Recuerdo la imagen del primer tranvía que conocí, gracias a una foto familiar. Pasaba este, con sus mulas agotadas, por la Font de ses Tortugues, nada menos que delante de la farmacia de mi bisabuelo José Homs. El tranvía fue modernizándose y con el tiempo envió las mulas a pasturar ¡Pobretes, quina sort! Se colocó sobre raíles y bajo un tendido eléctrico. Correr, corría. Sobre todo de bajada, puesto que de subida hasta el paso de un viejo le superaba. No pocas veces chirriaban sus ruedas con gritos ensordecedores, y sus troles se enganchaban a las ramas de los árboles, o el tendido eléctrico dejaba de funcionar hasta que nuevas medidas modernizadoras nos los sustituyeron por autobuses, entre el aplauso de los usuarios.

Se mantuvieron en ciudades emblemáticas de Europa con todos sus signos de identidad, pero este no es el caso de los que nos impondrán en el Llevant y Coll d’en Rabassa, ante unos vecinos que ya tienen el pánico en su cuerpo.

Y vuelvo a hacerme la pregunta: ¡Y ahora porqué esta marcha atrás? ¿Peticiones vecinales? Ni hablar, todo lo contrario. ¿Exigencias técnicas para mejorar la comunicación? Pues parece que no, a la vista de tanto dictamen en contra, por parte de quienes conocen del asunto, comenzando por los urbanistas. El dictamen del Colegio de Arquitectos no tiene desperdicio. Léalo José Hila y conteste a tanto desvarío como el denunciado. Si la razón es suya y no de los torpes urbanistas, pues adelante. De lo contrario prepárese usted a sufrir una implacable denuncia por malversación de caudales públicos. La malversación no solo es cosa de Jordi Pujol y de su «tres por ciento», esto sería más bien cohecho. Malversación, como su nombre indica, es malgastar dinero público a sabiendas. Si malgastas tu dinero en el juego y borracheras, allá te las verás con tu familia y tu vejez, pero si lo que te gastas –dígalo o no Pedro Sánchez– es el dinero del contribuyente en payasadas o derivas tranviarias que sabes que destrozarán el tráfico de la ciudad, me temo que termines en la cárcel, al menos si diriges una ciudad normal.

¡Cuántas mamarrachas nos evitaríamos de tener nuestros dirigentes sobre sus cabezas la espada de Damocles del delito de malversación! Pero no. Lo dejaron en un armario, una vez castigados por intereses políticos, los políticos de derechas de hace unos años. Mientras tanto yo les guardo un pequeño tranvía para que se lo lleven debajo del brazo, para jugar en algún jardín. Con los trenes por debajo, el Parc de les Estacions les iría de maravilla.