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Chuche es una forma coloquial de llamar a las golosinas que hacen las delicias de los niños. Las mejores chuches son los Chupa Chups, los chicles melones rellenos de pica pica, los Ositos Haribo, chuches de corazón, las fresas, las lenguas pica pica, las llamadas tajadas de sandía, las piruletas Fresquito, amén de regalices y gominolas de todo tipo. Lo que yo no sabía es que ahora existen chuches en masculino -’los chuches’- que además actúan en los tribunales. Porque el otro día alguien con acento valenciano muy marcado repitió en la televisión catalana estas dos palabras, ‘los chuches’, y se refería a los jueces de un alto tribunal. Entendí que para deliberar arduos temas nacionales los jueces necesitaban refrescarse con chuches de vez en cuando.

Cosas curiosas para desempalagar de las comilonas navideñas. Como el hecho de que yo me pregunte en qué restaurante de especialidades raras sirven «mona frita». Porque mucha gente me manda a «freír monas». Y digo yo que con tanto freír ya podrían servirlas en un restaurante. ¿Acaso no sirven ya platos a base de insectos asados? ¿No existen acaso los restaurantes exóticos donde te sirven un plato principal a base de perrito faldero? Otra curiosidad, el oficio de Pelotazo -o pelotasso--, que es el que me confesó una vez un alumno que iba a tomar cuando fuera mayor, que yo entendí que de hecho no tenía nada que ver con el fútbol. ¿Qué quieres ser cuando crezcas? ¿Yo? Pelotasso. Nada que ver tampoco con el Balonasso, que era lo que te pegaban en el patio del colegio cuando estabas paseando tranquilamente mientras diez equipos distintos se medían en la cancha. Sí debe de tener algo que ver con lo que dicen los libros de autoayuda: «No te esfuerces tanto, las mejores cosas ocurren cuando menos las esperas». Ahora que caigo, eso también lo dijo Gabriel García Márquez, pero en su caso tiene trampa, porque había nacido en domingo y tenía la suerte de cara. Otra curiosidad: estamos en tiempo de paz -o a lo mejor de bonanza comercial- y hay guerra en Ucrania. Es cosa de señores, de «señores» políticos, no del Señor de las alturas.