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Es Nochebuena, así que hoy nada de quejas, por favor. Los humanos siempre se han quejado mucho, y de todo, somos la especie más quejumbrosa del universo, y nuestros gimoteos se extienden por el cosmos como radiación de fondo. Además, en las últimas décadas y coincidiendo con los adelantos tecnológicos, los lamentos de todo tipo (políticos, culturales, económicos, artísticos), así como las alarmas, se multiplican a diario, porque como explican los sociólogos, y si no lo explican deberían, estamos en la civilización del victimismo, la queja y el lloriqueo. Todo el mundo tiene una historia conmovedora que contar, bastante triste, y a diferencia de otros tiempos más reservados, no sólo la cuentan sino que la repiten una y otra vez. Yo atribuía este fenómeno al desarrollo tecnológico de las comunicaciones, combinado con una plaga global de infantilismo exagerado, pero ahora creo haber descubierto una causa mayor que me pasaba desapercibida. Cada vez hay más gente que cobra por quejarse, digamos que viven de eso. Son profesionales. Expertos en la materia, y de los llorones. Antes esto sólo lo lograban algunos poetas, ciertos filósofos, destacados autores de folletines. Ahora ya es un negocio boyante, y como tal, un ámbito de oportunidades para emprendedores. Políticos, cineastas, periodistas, tuiteros, augures, científicos, famosos en general, curas, críticos literarios o sociales, extensos colectivos damnificados y hasta los sociólogos mencionados, optan a menudo por la queja sistemática remunerada. ¡Cobrar por quejarse, como príncipes británicos! ¡No se quejan por vicio, sino por dinero! Cómo puede ser que no me hubiera fijado, si el dinero es el motivo secular de casi todas las quejas, y por las series coreanas sabemos que hacer llorar a la audiencia es el mejor negocio del mundo. Normal que cada vea haya más gente preparada para esta lucrativa tarea de narrar desdichas en las que no habíamos reparado. Hasta golpes de Estado nos cuentan cada dos por tres. Tras milenios de progreso, por fin hemos logrado que esto sea un valle de lágrimas. Vale, pero hoy no se quejen, por favor. Al menos gratis. Hundirían el mercado, y quizá sería intrusismo. Feliz Nochebuena.