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A los latinoamericanos que visitanEspaña les resulta asombroso que los vehículos se detengan en los semáforos cuando toca y que haya incluso quien respete los pasos de peatones cuando no hay señal luminosa. Lo consideran un signo de respeto que denota un enorme desarrollo como sociedad. A los españoles lo que nos llama la atención es que en los países nórdicos el conductor ralentiza su paso y te permite cruzar cuando ni siquiera hay paso de cebra y lo hace sin mostrar el más mínimo signo de crispación. Lo comprobé el verano pasado enEstonia, un país diminuto que está escalando posiciones económicas a marchas forzadas. Allí explican este comportamiento, extensible a toda la región, en que «tenemos una vida confiada». Es decir, frente a griegos, italianos, españoles o portugueses, que engarzamos un sobresalto con el siguiente, que vivimos en crisis económicas desde hace décadas y que miramos con temor a nuestra espalda por si se asoma el fantasma del paro, allí confían en que las cosas están bien. Porque están bien. La estabilidad social y económica actúa como un bálsamo para la conducta y la mayoría de sus habitantes –que también padecerán, qué duda cabe, problemas personales de todo tipo– muestran un comportamiento civilizado, afable, hospitalario. No es raro entonces que esa constante irritación al volante, que en ocasiones se transforma en auténtica violencia, sea más habitual en el sur de Europa y no digamos en el sur de América, donde las tribulaciones políticas, sociales y económicas no dan tregua. Parece que la riqueza llega con la civilización, pero también ocurre a la inversa, que la civilización se instala entre nosotros cuando dejamos atrás la pobreza.