TW
0

El grupo Inditex acaba de inaugurar una macrotienda en Madrid que, por lo visto, es digna de salir en todos los medios. Tropecientos metros cuadrados, pantallas digitales gigantescas y colas de consumidores a la espera de poder entrar para comprarse más modelitos. En este mundo incongruente, se nos bombardea por tierra, mar y aire, de manera inmisericorde de la mañana a la noche, con el mensaje apocalíptico de que el mundo se acaba por mor del calentamiento global. Del que, naturalmente, se nos culpabiliza. Tirar al contenedor gris un botellín de agua nos supone un conflicto moral que no nos deja dormir. Separamos minuciosamente cada papelito, cada plástico, cada desperdicio orgánico. Nos ponemos otro jersey para no encender la calefacción, nos lanzamos a vigorosos paseos a buen paso para no sacar el coche. En fin, que hacemos lo que podemos. Pero... ay, la publicidad tiene tal poder que convierte en polvo todos nuestros esfuerzos. Con la misma intensidad que nos aterrorizan con el apocalipsis climático nos apalizan con la idea monocorde de que debemos estar guapas –por supuesto delgadas, atléticas, de aspecto saludable, jóvenes y de cuerpo estándar– y vestir bien. Y ahí es donde entran estas multinacionales que se lucran hasta límites que somos incapaces de concebir y que tienen su fuente de negocio en vender y vender y vender toneladas de ropa a diario. Aparte de calzado, accesorios y complementos. A mujeres, pero también a hombres y niños. De esta cruzada no se escapa nadie. Hay que comprar ropa sin freno, sin tregua, sin descanso. Cambiar de modelito por la mañana y por la tarde. Incluso en casa, sin testigos, debemos estar perfectas. Aunque al planeta le cueste la vida.