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Me alegro mucho de que Messi, que en veinte años nunca consiguió que los argentinos le quisieran por ser un pecho frío, ganase al fin el Mundial de Qatar, y ello pese a verse obligado por el emir y el protocolo publicitario a levantar el gran trofeo ataviado con una túnica transparente y principesca como las de las mil y una noches. Porque aunque para hacerse perdonar por la hinchada argentina tuvo que recalentarse (el pecho), y sorprender al mundo con gestos febriles nunca vistos, si el pibe Dibu Martinez, arquero de su selección, no llega a salvar un gol en el último minuto, y atajar luego un penalti, ahora los argentinos estarían otra vez llamándole boludo y pecho frío, y en un abrir y cerrar de ojos, habría pasado de héroe nacional a traidor que camina. Que se pasa los partidos caminando, como si la cosa no fuera con él. En eso, en esos giros emocionales estruendosos, es precisamente en lo que consiste la verdadera argentinidad (y no ser un pecho frío), como sabemos por la prensa deportiva y, sobre todo, por los relatos futbolísticos del gran Osvaldo Soriano, periodista argentino, escritor, exiliado y forofo del San Lorenzo de Almagro. Lástima que esté muerto y no haya podido disfrutar del exótico mundial árabe de Messi, ni contarlo como ya contó las gestas sobrenaturales de Maradona en México. Porque ser argentino es algo muy complicado, y a menudo inexplicable sin el asesoramiento adecuado, y nadie lo sabe mejor que el propio Messi, al que le ha costado más ser un auténtico argentino (lo que ha sido toda la vida) que ser el mejor futbolista de la historia. No he visto este infausto mundial, pero he visto a Messi, y me alegro de que haya conseguido ambas cosas sin la ayuda de la mano de Dios. Paseando. De rebote, los madridistas, que tienen algo de argentinos ofuscados y tampoco soportan a los pechos fríos, dejarán de meterse con él por un tiempo. Así pues, la obscena operación mundial de lavado de cara de Qatar, lejos de funcionar, sólo ha servido para publicitar globalmente su infamia, y la corrupción no sólo moral de la FIFA y el delirante Infantino. Y para hace feliz a Messi y los argentinos. Lo que se llama encontrar un diamante en un estercolero.