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En fechas navideñas, el Espíritu Santo, tercer miembro de la Santísima Trinidad y el más polémico porque sólo teólogos muy eruditos saben quién o qué es, suele estar particularmente molesto. Casi siempre lo está, pero en Navidad más. No indignado como Dios Padre, pero sí incómodo, molesto y algo frustrado en sus expectativas, puesto que como integrante de la Trinidad, y por tanto ser divino, constata un año más que no pinta nada. Y encima, los creyentes que aún le recuerdan le toman por una paloma, lo que si ya era muy irritante en tiempos bíblicos, cuando las palomas eran símbolo de pureza, figuraos ahora, queridos niños y niñas, sabiendo que se trata de sucias ratas con alas. «A ver si cambiamos de alegoría, que las alegorías duran lo que duran», refunfuñaba el Espíritu Santo sin ninguna esperanza de que le hiciesen caso. Porque desde la fecundación de la Virgen a fin de que engendrase al Hijo, la segunda persona de la Trinidad, y salvo aquél episodio en el que otorgó el don de lenguas en forma de lengua de fuego, la verdad es que no había vuelto a hacer nada importante, ni en la Tierra ni en el Cielo. Le ninguneaban, le relegaban, le dejaban de lado. Hasta el punto de que los teólogos monstruosamente eruditos ya mencionados, aún discutían si era una personalidad o una mera abstracción, como predicaba el judaísmo.

El poder de Dios, el aliento de Dios que animó a Adán en el Génesis, el dedo de Dios. De Dios Padre, claro está, porque el Hijo, salvo en Navidad y Semana Santa, tampoco es que haya pintado mucho, y en cuanto a mandar, no manda nada. Nacido para ser crucificado, he aquí los designios del Padre, primer miembro de la Santísima Trinidad y, en efecto, tan patriarcal que se ha comido a los miembros restantes. Normal que este Espíritu estuviese molesto, algo deprimido y hasta con ciertas dudas ontológicas. «¿Quién soy?» «¿De dónde vengo?» «¿A dónde voy», mascullaba espiritualmente. Qué soy ni se lo planteaba, porque cuando en el siglo III se lo preguntó a un sabio de Alejandría, irrumpió el arrianismo, declarado herético en el Concilio de Nicea. Así que si tenéis ese tipo de dudas, niños y niñas, no os preocupéis. Al Espíritu Santo también le pasa.