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Parece ser que la palabra calzonazos se sigue utilizando como insulto. Incluso por señores que van de progres y de izquierdas y de modernos, que no dudan en colgar en sus redes las fotos por los países del norte, tan adelantados ellos, o presumen de estudios en el extranjero o en Twitter van haciendo apología del feminismo y se meten con Vox. Pero es llegar aquí y encontrarse con un colega que va acompañado de sus hijas a hacer la compra y con una sonrisita en los labios no dudan en soltar eso de «tú siempre has sido un calzonazos».

Se toma como una derrota asumir la crianza de los hijos, el reparto igualitario de las tareas del hogar. Lo que no saben estos es que hay un murmullo soterrado entre nosotras. «Le hemos visto hacer la compra. Y dice que luego va a hacer la comida. Pero que no es postureo, que es cosa de cada día», se comenta en los chats de Whatsapp. Si un tipo subiese una foto de él mismo cocinando en Tinder, es posible que recibiera un batallón de notificaciones de señoras receptivas, hartas de zánganos colmeneros.

«Le hemos visto recoger a sus hijos en el colegio. Y luego hace con ellos los deberes», susurran las madres. Algunas le hacen ojitos, caída de pestañas. Ni visitas a Turquía en busca del flequillo perdido, ni relojes de alta gama, ni ropa de marca. Aquí lo que ha desabrochado más sujetadores es un señor que, no es que eche una mano en casa, sino que comparte al 50 por cien las cuitas domésticas. Que no duda en arrimar el hombro para que su pareja pueda volver al mundo laboral o sacarse unas oposiciones después de una interrupción maternal. Al feminismo se le apoya desde casa, no solo detrás de una pancarta.