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Intento de golpe de estado en Alemania. Suena increíble por dos motivos: primero, es en el siglo XXI; segundo, es en Alemania. Por un lado, se supone que la Alemania del siglo XXI es culta y democrática (aunque también lo era la de 1933); por otro, la sola mención de la extrema derecha alemana produce el mayor de los escalofríos. Si no resulta más increíble es porque en EE. UU. tuvo lugar otro intento no ha mucho. Probablemente este putsch alemán hubiera resultado una patochada, pero el Gobierno consideró conveniente movilizar tres mil policías, así que poca broma. Los sublevados pretendían asaltar el Parlamento para forzar un cambio de régimen que instaurara una monarquía de extrema derecha. Casi nada.

Los servicios secretos germanos llevaban tiempo avisando de la presencia de cientos de extremistas neonazis entre su policía y fuerzas armadas. Son precisamente sujetos cercanos a esos estamentos quienes organizaron el golpe, acompañados de empresarios e incluso ha sido detenida una jueza y expolítica del partido de extrema derecha AfD. Este partido llegó a ser la tercera fuerza en el parlamento alemán, y pretende abiertamente establecer un nuevo Deutsche Reich, un imperio alemán, inspirado sin mucho disimulo en el nazismo.

Fukuyama se equivocaba. El final de la historia dialéctica no se agotó en la lucha entre derecha e izquierda, entre capital y trabajo, sino que, casi vencido este último, continúa ahora entre liberalismo y fascismo, esto es, entre derecha y extrema derecha. No es una buena noticia. Tras ver el Capitolio de Estados Unidos asaltado, ver el Bundestag secuestrado hubiera sido un toque de atención ineludible para Occidente. Hoy, por esperpéntico, tal vez fuera una anécdota; mañana, tal como vamos, quién sabe. Es lo que pasa cuando se incuba el huevo de la serpiente, cuando se blanquea el neofascismo en los medios, cuando se le quita importancia a Trump, a Bolsonaro o a Duterte, cuando se pacta con Abascal, cuando se le ríen las gracias a Orbán y Guaidó, cuando los demás partidos no establecen límites claros, cuando se entrega el poder a las multinacionales, cuando se aceptan los tics autoritarios y los recortes de derechos.

Casi ocurre, y en Alemania.