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Estadios manchados con la sangre de inmigrantes ‘desechables’ en Qatar, rusos muertos en Ucrania en contra de su voluntad, sórdidas conspiraciones contra la muy democrática Alemania, mujeres esclavizadas en Irán, americanos que asaltan el Congreso disfrazados de bisontes, adúlteros perseguidos en Indonesia, el desbarajuste peruano, la dictadura del proletariado contra el proletariado chino de Xi Jing Ping, etc.

A la vista del minuto y resultado en esos mundos de Dios, a lo mejor no estamos tan mal en la España dolida por el ridículo de la selección en los Mundiales de Fútbol.

‘Paz entre los ruines’ era la apelación de mi abuela cuando terciaba en peleas de cercanías. Así bajaba los humos a los querellantes. O, por mejor decir, así reducía la importancia de la querella, cuando no se corresponde con el calibre de los insultos cruzados desde la barricada partidista.
Seguro que la gran redada de la policía alemana contra una red de golpistas organizados contra el sistema democrático servirá para que, en el quiosco y la política de nuestro país, muchos se pongan estupendos defendiendo el Estado de Derecho y, de paso, multipliquen los saltos de alarma frente a nuestra pujante ultraderecha.

Pero, o estoy muy mal informado o ni por asomo veo a Vox como un Caballo de Troya de gente conjurada para asaltar el Congreso, echar a Sánchez, cargarse la Constitución y trabajar por un neofascista ‘Ordine Nuovo’. Por mucho que me esfuerzo no consigo documentar el parecido entre Santiago Abascal y Pino Rauli. Más me preocupan las apresuradas reformas de final de temporada sobre delitos de secesión y malversación, así como el funcionamiento del Tribunal Constitucional.
Los insultos de mayor circulación (’fascistas’ y ‘comunistas’ encabezan el ranking son producto de la ignorancia. O sea, inofensivos. Así se quedan en el aspaviento, el exabrupto, la soflama, que se diluyen en el aire, en el cielo azul, como las pompas de jabón de Machado.