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A pesar de la importancia social y el alto grado de desarrollo alcanzado en materia de mentiras, estafas y engaños, en este tema existen todavía muchos equívocos, mitos, tópicos y mentiras, mucha ignorancia, y quizá sería oportuno recordar algunas verdades sobre las mentiras. Que naturalmente, todo buen farsante debería conocer. ¡Ah, el buen farsante! Es la clave de la cultura y la civilización, y sin esa figura el mundo reventaría, devorado por hordas de farsantes de mierda, muy ávidos, pero incompetentes. La primera verdad que hay que saber sobre la mentira, sea piadosa, malévola o sólo costumbrista; sea política, artística, cultural o de negocios, es que mentir resulta fundamental y a menudo urgente en casi todas las facetas de la vida, incluyendo las afectivas, pero que la necesidad paralela de que asimismo nos mientan y engañen no lo es menos. Según la teoría de la conservación del embuste, el equilibrio entre mentiras ingeridas y emitidas es la clave de las sociedades felices. De lo contrario, si el número de falsedades en circulación no cubre la demanda, y la gente se ve obligada a engañarse a sí misma porque nadie lo hace, o si por el contrario es tan exagerado que ya es imposible trágaselas todas (desequilibrio muy frecuente en la actualidad por exceso de farsantes tontos), la convivencia se resiente. Y por supuesto la economía, la confianza y los entretenimientos. El buen farsante debe conocer el porcentaje de verdad que requiere una mentira para sostenerse, que suele oscilar sobre el 29 %, elevable por los virtuosos hasta el 66 % si se añaden y majan en un morteruelo diversas verdades que no tienen nada que ver, pero hacen argamasa. Y a diferencia de los torpes embusteros políticos, sabe perfectamente que las grandes mentiras no se vocean, se sugieren. El sutil arte de la sugerencia, que invita al prójimo a engañarse a sí mismo, y con gusto. Esto parece contradecir una vieja máxima sobre la mentira, que guía a todos los farsantes de poca monta. La que asegura que si repites mucho una trola, y a gritos, acaba siendo verdad. Y la contradice porque no es cierta, o sólo mientras mande ese capullo. Otro día continuaré. Necesitamos falsedades creíbles.