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El cierre del llamado ‘caso Cursach’ –exitoso para la Justicia y catastrófico para la Administración de Justicia– me trajo a la mente la famosa cinta del director norteamericano Rob Reiner, Algunos hombres buenos (1992). Puesta en escena al margen, hay paralelismos evidentes.

Por si no recuerdan la trama, la película narra el episodio de un grupo de militares americanos destinados en la base de Guantánamo, en la isla de Cuba, que aplica sus peculiares e ilegales reglas en la instalación fronteriza con el régimen comunista cubano, supuestamente con el loable fin de mantener la seguridad nacional de los EEUU a cualquier precio.

Al frente, el coronel Nathan R. Jessup, encarnado por el genial Jack Nicholson, que no duda en sacrificar a dos de sus hombres para seguir encubriendo la monstruosa ilegalidad cometida, que ya ha costado la vida a un soldado.

El film termina con un emocionante interrogatorio del defensor de ambos marines –papel que borda Tom Cruise– que, necesariamente, comporta la incriminación del coronel. Cómo olvidar el trepidante guión de Aaron Sorkin, la respuesta de Jessup a la pregunta de si ordenó un ‘código rojo’: – tengo una responsabilidad mayor de la que tú jamás podrás imaginar. (...) mi existencia, aunque grotesca e incomprensible para ti, salva vidas. En zonas de tu interior de las que no charlas con los amiguetes, tú me quieres en ese muro, me necesitas en ese muro. Nosotros usamos palabras como honor, lealtad, que son la columna vertebral de una vida dedicada a defender algo y no tengo ni el tiempo ni las mínimas ganas de explicarme ante un hombre que se acuesta con la manta de la libertad que yo le proporciono y después cuestiona el modo en que lo hago.

Naturalmente, en la secuela del finado ‘caso Cursach’ –el caso Subirán-Penalva– difícilmente podemos esperar un reconocimiento de los hechos por parte de los implicados, ni siquiera so pretexto de tratar de hacer justicia –en minúscula– aunque fuera vulnerando groseramente las garantías constitucionales y los derechos de decenas de personas y arruinando sus vidas. Pero parece que no hará falta, porque las pruebas acumuladas son apabullantes y la incógnita no es ya si serán o no condenados los culpables, sino a cuántos años, o si alguno deberá cumplir condena en una prisión ordinaria o en el psiquiátrico penitenciario de Fontcalent (Alicante).

Si algo aprendimos los boomers era que los malos –aunque se disfracen de buenos– jamás ganan, que al final siempre brilla y prevalece la Justicia y acaban pagando sus fechorías. Mira tú por dónde va a ser verdad.

El laboratorio de ideas del PSOE se ha sacado de la chistera la memez supina esta del ‘patriotismo de los derechos’, concepto que esbozó Francina Armengol el Día de la Constitución y que opone torticeramente al patriotismo de los símbolos. Con tal de no llamar a las cosas por su nombre, el sanchismo retuerce la realidad tanto como sea necesario para servir a sus intereses. Por lo visto, los símbolos nacionales son perversos –de ahí que tengan rango constitucional–, mientras que el mundo etéreo de los derechos de ‘la gente’ es un magma en el que se puede defender incluso un bodrio legal como la llamada ley del sí es sí, aunque suponga la excarcelación y rebaja de penas a los violadores.