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A las menores de edad, la ley las incita a abortar y a los adolescentes, a cambiar de sexo a la carta. En Cataluña, el programa Coeduca’t, de educación afectivosexual dirigido a los alumnos de 3 a 5 años, enseña a los niños a masturbarse; para los alumnos de 3º y 4º curso de ESO el plan, además, les asesora sobre cómo practicar el sexo oral y les indica que el aborto es legal y gratuito. La ministra del ramo anima a los niños a realizar prácticas sexuales. Pero, ¡ay cuando se hacen adultos! Entonces, el Ministerio de la cosa abraza la moral victoriana, que se caracterizó por su fuerte represión sexual. Sirve la muestra: la reina mandó alargar los manteles de palacio para que cubrieran las patas de la mesa en su totalidad ya que, decía, podían incitar a los hombres al recordar las piernas de una mujer. La ministra ha instado a una bodega del Bierzo a retirar la valla publicitaria que reproduce un cuadro con medio cuerpo de una mujer de espaldas, en bikini, en una playa. Motivo: por destacar la parte baja y los glúteos, representando a la mujer como objeto sexual de forma vejatoria. Puro talibanismo histérico, puritanismo entre destructivo y patético perpetrado por la banda de la Tarta.

Por otra parte, el Instituto de la Mujer ha elaborado un protocolo para el ámbito laboral en que se prohíben las «miradas impúdicas», el «flirteo» y los «comentarios sobre la apariencia sexual.» Desconoce Irene que más de la mitad de las relaciones de pareja surgen en el trabajo y que, por tanto, en estos ambientes se han de dar también los rituales del cortejo. El deseo es una emoción, un estado interno que mediatiza la existencia humana, que tiene su raíz en lo más profundo de la psique, que determina nuestras vidas y que una vez regulado conforme a las reglas sociales lleva al ser humano a la llamada al otro. Contra esta fuerza, la reina Victoria se estrelló y la visionaria, sectaria y soberbia Irene, convencida de la alta misión mística que le ha sido revelada, la de conducirnos por el camino de la virtud despreciando la fuerza de la propia naturaleza en la conservación de la especie, correrá la misma suerte.

Es la imposición de la ideología sobre la realidad y que obliga a aceptar incongruencias y extravíos.