¡Uf!

Ya veo por qué a algunas personas les disgusta la Navidad. Tiene que ser un tormento para los diabéticos con tantas ofertas de dulces. Pero también para los espíritus independientes, que se ven empujados a «volver a casa por Navidad». Y para los peces, que deben de estar hartos de beber y beber y volver a beber en el río para ver a Dios nacer. Cuidado con las galletas, con lo fácil que es quemarlas en el horno. Ya dicen que el 22 de diciembre es «el día de la salud», que es el consuelo de los «no agraciados» y también es el día de los premios de Lotería «muy repartidos», las lagrimitas y las duchas de cava entre los «agraciados». Los adornos de las calles parecen fuegos artificiales que nos recuerdan… que en Ucrania disparan cohetes de verdad. No deben de tener buena voluntad, lo digo por lo de «paz en la tierra...» Sí, sería mejor hacerse cosquillas o charlar en la cama –pero sin fumar, no vayamos a agujerear la colcha. Lo de dejar mandar a los niños tiene su enjundia –su importancia–, sobre todo ahora que pueden reclamar hasta por un cachete bien dado, pero lo de las comilonas es enternecedor, por lo poco saludables que son y por los 800 millones de personas que pasan hambre en el mundo.