Irene Montero se ha convertido esta semana en una de las personas más odiadas de este país y, al mismo tiempo, una de las más admiradas y respaldadas. Todo depende del color del cristal con que se mire. Los catetos han corrido a descalificarla por cuestiones triviales y personales, porque en términos políticos no tienen una respuesta válida. Que si está ahí por su relación sentimental –les ha faltado añadir también sexual–, que trabajó de cajera en un supermercado... en fin, las bajezas propias de quien no tiene suficientes argumentos para ponerse a la altura y debatir. El caso es que la ministra sacó a colación en el Congreso la expresión «cultura de la violación» y los ocupantes de la bancada conservadora se consideraron insultados, porque interpretaron que les estaba llamando «violadores» a la cara. No, hombre, no. Cuando se tratan este tipo de asuntos, especialmente si se hace entre personas a las que pagamos muy generosamente entre todos para que intenten resolver los problemas del país, lo mínimo que podríamos exigirles es cierto nivel cultural.
Cultura de la violación
Palma05/12/22 0:29
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3 comentarios
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Bon article, tanta sort que no tothom embesteix abans de saber de què es xerra
Tampoco en la bancada de la izquierda (Psoe) entendieron el concepto….
La BAJEZA MORAL es levantarse de su escaño girarse mirando hacia la tribuna del hemiciclo con el brazo extendido y con el dedo señalando mientras va girando en semicírculo y diciendo FACHAS. La BAJEZA MORAL es hacer una pésima ley que baja penas a condenados y NI PEDIR PERDÓN por ello NI CAMBIAR LA LEY.