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Cuando creíamos que la intimidad ya no existe, el siempre creativo sector cinematográfico, y sobre todo el norteamericano posterior a MeToo, inventa un nuevo puesto de trabajo indispensable desde el punto de vista operativo. El coordinador de intimidad, o gestor de intimidades, también llamado director de intimidad. Entendiendo por intimidad la audiovisual, es decir, el cuerpo humano (sobre todo femenino), y preferentemente aquellas zonas anatómicas que podríamos calificar de bienes de interés cultural (BIC), que son las que intervienen en las escenas subidas de tono. La misión de estos nuevos expertos, generalmente expertas, es coordinar, organizar y negociar esas escenas sexuales, a fin de que los intérpretes estén cómodos, nadie se pase de rosca, y el director del filme contenga sus ímpetus creativos. Excelente labor la de estos expertos, superior a la de los curas que durante siglos vigilaban en todos los dormitorios, que pronto será exigida en cualquier rodaje de Hollywood, y quizá se extienda a otros ámbitos, como lugares de trabajo, de ocio, bares y domicilios particulares. Ignoro cómo se llega a experto en esta compleja labor, que requiere conocimientos de psicología, sexología, sociología y artes escénicas, pero seguro que se trata de una especialidad con mucho futuro, tanto dentro como fuera del cine. ¡Coordinador de intimidad! En el cine vienen a suplir al doble para escenas peligrosas, o escabrosas, y sobre todo, al famoso fundido en negro, gracias al cual y durante casi un siglo, el cine clásico rodó las mejores pelis de amor sin ninguna necesidad de estos profesionales. Hasta que los cineastas se pusieron, en fin, muy visuales, y los bienes de interés cultural (BIC) devinieron en exigencias narrativas del guión. Y fuera del cine, parece que la gente se atolondra mucho con su intimidad, y también necesita que se la coordinen. Gran futuro, el de estos expertos y expertas, al nivel de un coach personal pero con más tacto y sutileza, ya que escenificar el tacto es precisamente su trabajo. A mí ahora ya no me hacen ninguna falta, pues carezco de asuntos íntimos y de intimidad propiamente dicha, pero quién sabe si en mis tiempos me habría venido bien.