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La táctica de crear un enemigo para culparle de todos nuestros males y salir así indemnes de la furia popular es una estrategia política más vieja que la pana. Ya lo hacían los mandamases del Egipto faraónico y se sigue haciendo hoy. Aquí, en las Islas, el problema de la vivienda no deja de crecer y ya es insostenible. Nuestros dirigentes identificaron con rapidez cuál era el origen de la debacle, hace ya unos cuantos años: el alquiler vacacional. El enemigo tomaba forma y se hacía acreedor del odio furibundo de la mitad de la población. Las autoridades prohibieron el negocio y listo. Pero, oh, sorpresa. No bajó el precio de los pisos ni un milímetro, aunque algunos de los que se dedicaban al negocio turístico entraron en el mercado inmobiliario.

Ahora que ya no hay de eso, urge localizar a un nuevo enemigo al que culpabilizar de las consecuencias de una nefasta política de vivienda. Y lo han hallado en los extranjeros. Un truco muy muy viejo. Lo decía mi abuela hace cincuenta años: «De fuera vendrán y de tu casa te echarán». Mucha imaginación no tienen, hay que decirlo. Así que la maniobra ahora consiste en ponerles freno. O intentarlo. No soy adivina, pero auguro que tales medidas no podrán llevarse a cabo y, si lo hicieran, tampoco veremos ninguna bajada de precios inmobiliarios.

De hecho, me temo que lo último que el Govern desea es que se relajen los precios, porque esta se ha convertido en una «industria» esencial para la economía balear. De cada pisito cutre que se vende la Hacienda local se lleva un pastón. De cada mansión, no digamos. Una millonada. ¿De verdad desean que nuestros jóvenes puedan acceder a una vivienda o ya les va bien que sigan en casa de papá y mamá mientras el dinero siga fluyendo?