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Para ser alérgico o intolerante a un alimento hay que abrir una hucha y asumir la marginación. El mercado trata a los afectados como a pijos y eleva los productos a categoría de lujo. La producción es muy escasa en cantidad y variedad e insultantemente cara.

Un celíaco, por ejemplo, tiene muy poca opción para elegir. Lo habitual es que no exista alternativa sin gluten en un supermercado, con la excepción de Mercadona o alguna gran superficie, donde con suerte se encuentra una marca o milagrosamente dos. En cualquier caso, el precio es indecente comparado con el alimento no etiquetado. Y la oferta en hostelería y restauración es más restringida aún. O no reúne ni siquiera las condiciones para el cocinado sin posibilidad de contaminación.

Volviendo al coste, la realidad es ilustrativa. Un paquete de pan sin gluten, además de insano por ultraprocesado, cuesta un 250 % más que la alternativa barata con harina de trigo. Y hablamos de un producto básico en la cesta de la compra. Así que el celíaco, o el alérgico a la lactosa o ya no pensemos a la proteína de leche, sufre una eterna situación inflacionista. Igual que el diabético.

El desprecio hacia el alérgico es evidente y el problema se registra en el origen de la cadena. La carestía se justificaría si hubiera una alta demanda para una oferta escasa, pero más bien se debe a que los productores ven una clientela minoritaria y poca rentabilidad para una producción a escala. A pesar de que la materia prima alternativa es barata. Un kilo de harina de arroz no debería costar el triple que uno de trigo. Pero ya sabemos que al agricultor se le atornilla para incrementar el margen de beneficio en la transformación posterior.

El volumen de consumidores puede parecer reducido pero la tendencia lleva a crecimiento. Y, como siempre, por la destrucción ambiental, que está incrementando rápidamente el número de alérgicos. En España son ya 14 millones, la mayoría por problemas respiratorios. Dos millones son alérgicos a alimentos, de los que el mayor porcentaje de registra en menores de 14 años. O sea, los adultos del futuro.

Las alergias no son un capricho, sino un estado patológico que limita la calidad de vida del paciente de forma permanente. Si el sector alimentario no puede asumir el coste de una producción diferenciada, el Gobierno debería subvencionar al afectado para que un derecho tan básico como la alimentación no se convierta en un privilegio.