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Ni el PP promueve la cultura de la violación, ni Bildu es un partido filoetarra, ni el Gobierno de Sánchez es ilegítimo, ni Irene Montero carece de cualquier conocimiento que no sea el de la estructura carnal de su marido. Sin embargo, todas esas atrocidades y más se expelen en el lugar donde no sólo se supone que reside la soberanía popular, sino donde, por ser la palabra el instrumento de que sus miembros disponen, más debería cuidarse esa herramienta superior. Que Vox, un partido abonado a la provocación, profiera en cada una de las intervenciones parlamentarias de los suyos toda clase de salvajadas, es algo que debería atajarse con la firme determinación de la presidencia de la Cámara de no permitirlas en modo alguno, pero, ¿qué puede hacer Batet si ese tósigo macarra del insulto y la calumnia acaba envenenando absolutamente la atmósfera del hemiciclo?

Al ofensivo tratamiento que por la aplicación de su malhadada ley del ‘solo sí es sí’ ha venido recibiendo Montero, ha respondido ésta de la peor manera que podría responder: rebajándose al nivel de quienes la injurian. Creyendo que no hay mejor defensa que un buen ataque, ha errado al elegir uno bastante malo, el de usar el casposo cartel de la Xunta de Galicia que parece atribuir parte de la responsabilidad de una agresión sexual a la víctima, para afirmar seria, con el ceño fruncido cual suele tenerlo de ordinario, que el PP promueve la cultura de la violación. La portavoz del grupo interpelado, la también de ceño adusto Gamarra, tampoco se ha quedado manca.

Algunos diputados parecen decididos a convertir el Parlamento en un muladar. Lo que eran asquerosos sucesos aislados, una docena o así por legislatura, se van convirtiendo en cotidianos y con esto no se logra sino lo que la ultraderecha persigue y fomenta, el desprestigio de la política y la consiguiente desafección de la ciudadanía a ellas. Un muladar, como se sabe, es el lugar donde se arroja el detritus más tóxico, el que más infecta.