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Empiezo con una confesión. Estoy cansado de la avalancha de tuits, posts, comentarios y cualquier otro formato de expresión sobre las últimas cortinas de humo que nieblan nuestro discernimiento y que abordan el tema de las banderas y la actuación de la profesora de La Salle o la venta de nuestro paraíso a extranjeros. En su trasfondo siguen los recurrentes temas de siempre que no somos capaces de resolver desde el sosiego, la reflexión y un profundo conocimiento de las variables implicadas. Todo se está politizando en exceso y cualquier tema se convierte en una contienda en la que se intenta desprestigiar, separar y sacar votos. Vamos por el mal camino y estamos inmersos en una sociedad en la que cualquiera dice lo primero que le viene en gana. La visceralidad nos domina y el odio va modulando los debates que pueden suscitarse incluso por obra de un grupo de chavales con más o menos educación (recibida en las familias y también, obviamente, en los centros educativos).

Me sumo al equipo de los que han callado por responsabilidad y por respeto porque saber callar es algo que es absolutamente necesario en esta democracia de pistoleros y mentiras. Falsedades que bien sean por omisión o por interés también están poniendo a los periodistas en el lugar de los que les pagan los sueldos (que son defendidos a capa y espada). Poco importa la verdad y los matices cuando se está en plena campaña electoral y ello incrementa el bochorno de quienes de manera aséptica o neutral intentan observar el rumbo de estas Islas. Los patriotas, de un bando u otro, son las marionetas que se utilizan sin ningún escrúpulo y llegan a ser manipuladas sin darse cuenta. Las redes sociales van tan cargadas de tanto odio y falta de respeto (se mire a la izquierda o a la derecha) que es imposible mantener el interés en lo que podría generar un debate constructivo con el que fijar los adecuados patrones y modelos de conducta. Cualquiera vocifera sin importar los hechos o el interés general.

Todos, ajenos a la voluntad de comprender y reconducir la situación, acaban enfrentados sin conseguir resultado alguno. Una lástima cuando existen temas muy importantes sobre los que adoptar medidas y cambiar los actuales derroteros: seguridad, cuidado de nuestros mayores y personas dependientes, sanidad de calidad al servicio de los que padecen, servicios sociales que lleguen a quien realmente lo necesite y un largo listado que no acabaré por motivos de espacio. Callar no es un acto de cobardía sino más bien la repulsa a tanto odio. Tantos voceros y francotiradores sin respeto impiden que gente comprometida y seria pueda entrar a regenerar esta política decadente. Esta democracia no tiene un buen patio porque ha dejado de ser un ágora para el encuentro, el ocio y el debate. Por desgracia, es un lugar lleno de camorreros donde todos se zurran.