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Las sesiones parlamentarias de esta semana nos han vuelto a demostrar que tenemos la derecha más cavernícola de cuantas hay en Europa, que ya es decir. Cada vez que un parlamentario del PP o de Vox toma la palabra vuelven a sonarnos los ecos de Trento y la Contrarreforma, los lamentos de las monjas milagreras, las capuchas amarillas de la Inquisición y el barullo de los espadones rompiendo filas, alzando sables y gritando aquello de ¡Sus y a ellos! De ahí no salen. Siguen emperrados en creer que ganaron una guerra para toda la eternidad.

Se aprobaron los terceros Presupuestos de la legislatura, con holgada mayoría, pero para qué discutir de economía, de los costes de la pandemia, de la degradación de la sanidad pública, por la que tanto hicieron, o de la inflación que asola al planeta habiendo temas mucho más trascendentales y sabrosos, bien sea la reforma de la sedición, tan inmodificable para ellos como las tablas de Moisés, la ley del ‘sólo el sí es sí’ o la irresistible ascensión de la ministra Irene Montero, ya que no pueden seguir dándole coces a su marido.

La derecha nacional y patria presenta un grave trastorno de estereotipia, se trate de lo que se trate el asunto ellos a lo suyo, con movimientos mecánicos y repetitivos y una más que evidente afasia. Ahora llevan una temporada con lo demoníaco del sanchismo y su tropa de íncubos, súcubos y demás criaturas infernales, reclamando un exorcismo sin más argumentos que la maldad intrínseca de la izquierda.