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Los bancos endurecen su política a la hora de conceder hipotecas. La gente joven cada vez tiene más dificultades para acceder a una vivienda en propiedad y la inflación dispara los tipos de interés. Con estos mimbres, la situación inmobiliaria pinta un escenario claro: serán los inversores con posibles quienes comprarán inmuebles mientras dure esta crisis. Los expertos creen que solo el 64 por ciento de los pisos que se vendan el año que viene lo harán a través de un préstamo bancario. El resto correrá a cargo de personas o empresas que cuentan con el dinero suficiente para hacerlo sin pasar por caja. ¿Y esto qué significa? Obviamente, esta gente no compra viviendas para instalarse en ellas, como hacemos el común de los mortales. Lo hacen como negocio. Es sabido que en tiempos de incertidumbre económica –para los españoles casi siempre es así–, el mercado inmobiliario es un refugio atractivo para el dinero: pocos riesgos y bastantes beneficios, alrededor del 6 o 7 por ciento, nada mal. Siempre que no tengas la mala suerte de toparte con okupas y demás indeseables, la mayoría de esos pisos comprados por inversores se destinarán al mercado del alquiler. Y para que eso tenga éxito, es decir, para que al propietario el negocio le salga redondo, pondrá precios elevados. A la espera de que prospere, o no, esa ley intervencionista con la que amenaza el Estado. Hay demanda, mucha, por lo que es cuestión de tiempo que la oferta crezca, pero, ¿alguien podrá pagarla? Me temo que el escenario inmediato será deprimente: adultos en pisos compartidos, en una suerte de revival de aquellos tiempos estudiantiles en los que la vida era sencilla y barata. Solo que ahora es complicada y cara, carísima.