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Solo fueron nueve votos los que acabaron por cambiar el destino del PSOE y de España. Estaba ya Bono repartiendo cargos orgánicos por Ifema entre sus leales renovadores, en el azaroso Congreso Federal del 2000, dando por derrotados a los guerristas y creyendo tener el apoyo de los poderosos barones, cuando Maragall, acérrimo detractor del manchego, le vetó. Puso sus votos a favor del otro candidato, Zapatero, al que ni conocía. Un inexperto parlamentario, gris, inocuo, al que le improvisaron una plataforma denominada la Nueva Vía, postura intermedia entre los dos bandos enfrentados.

Y Zapatero, pronto ZP, tardó poco en enterrar los vestigios del felipismo, la socialdemocracia y la Transición e inició la ingeniería social con base excluyente, guerra-civilista, doctrinaria, sectaria, revisionista y radical. Le ciñó el cinturón sanitario a la derecha e hizo todo lo que pudo por enfrentar a los españoles. Asumió el federalismo considerando superado el Estado de las Autonomías y auspició un Estatut en Cataluña que abrió la caja de pandora y el camino al soberanismo.

Cuando Sánchez se apoderó del PSOE de ZP, tras haber sido destituido y pescado en pleno pucherazo tras unas cortinas, una vez vencida Susana Díaz, lo patrimonializó y convirtió en su plataforma electoral. Integró la agenda ideológica del comunismo podemita, blanqueó a los herederos de ETA y a los catalanes sediciosos y los incorporó a la gobernanza. Ha ninguneado a González, pues le considera fruto de la herencia franquista en una época en la que no cabía otro líder ni un partido socialista que no estuviera descafeinado.

Por ello es difícil entender como Felipe, reconociendo los errores que sin duda cometió, muchos le consideramos el timonel de la nación en tiempos difíciles, se hace la foto en el 40º aniversario de su triunfo electoral, entre esos dos tóxicos personajes, destructores de su obra, que han vuelto a dividir a los españoles en buenos y malos. González abandonó el marxismo, nos incorporó a Europa y a la OTAN, transformó España en un país moderno, próspero y pujante, defendió con convicción su unidad y procuró curar las heridas del pasado propiciando la reconciliación.
Dicen que ha sido por patriotismo de partido.