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Menorca está llena de cuevas con respiraderos donde ruge el mar en días de tormenta. En castellano se llaman sopladeros o respiraderos, entre nosotros bufadors. Son cavidades subterráneas situadas cerca del mar de las que sube una corriente de aire intermitente, impulsada por las olas.

En los días tempestuosos, esos sopladeros o bufadors rugen de manera estentórea, tanto que John Armstrong, ingeniero militar de Su Majestad Británica en el siglo XVIII, les llamó «los fuelles del diablo» en su Historia Civil y Natural de la Isla de Menorca. También mi tío Alfonso me decía que eran agujeros del infierno, cuando siendo yo niño paseábamos frente al castillo de Sant Nicolau, desde donde los días claros y de buen tiempo se ven perfectamente las montañas de la Serra de Tramuntana, en Mallorca; casi se ve el Pi de Formentor, que cantó Costa i Llobera, la bahía de Alcúdia y la playa de Cala Agulla en Cala Rajada. El bufador rugía colérico y a mí se me ponían los pelos de punta.

En la urbanización de Cales Piques, a un buen trecho de mi casa, el bufador de Cap de Banyos brama como un gigante al que le arrancaran las uñas en los días de tormenta. Una vez vino un erudito a visitarme y al bajar del coche el bufador soltó su bramido en la distancia. El erudito pegó un salto tremendo y tardó más de un minuto en volver a poner los pies en el suelo.

En Sicilia, donde los griegos permanecieron durante más de quinientos años, además del volcán Etna, de las ruinas del Valle de los Templos y del teatro romano de Taormina, existe cerca de Siracusa una cueva llamada la Oreja de Dionisio, donde las voces resuenan traídas de todas partes y a lo mejor se quedan vagando por los siglos de los siglos. Desde allí también se perciben los rugidos de los bufadors y los lamentos de los muchachos y muchachas sacrificados al Minotauro en el mítico laberinto de Creta. L’Orecchio de Dionisio es una cueva artificial excavada en la piedra caliza de Sicilia que recuerda una oreja humana y, cuando uno cierra los ojos, se oye rugir a los bufadors entre los silbidos del viento y los lamentos de los condenados.